De mi niñez por Bielva recuerdo con agrado al médico D. Benito. Mi madre servía en su casa y yo enano de pocos años merodeaba por la misma. El médico tenía el garaje en un lateral de la casa y periódicamente visitaba a los enfermos por los pueblos de alrededor. En esa época ver un coche era un artículo de lujo ya que resultaba muy excepcional y asomaban por Bielva con poca frecuencia. En Bielva eran muy pocos los que tenían coche y a mí de crio me encantaba verlos desde afuera, siempre estaba mirando a través de los cristales su interior, ya ni os cuento el subir dentro del coche y que te llevaran algún viajecito por corto que fuera, aquello era una excepción que lógicamente de los pocos coches existentes nadie te invitaba, salvo D. Benito.
Recuerdo que cuando veía a D. Benito enfilar para su garaje con su maletín de primeros auxilios yo me ponía como un perro faldero cercano al portón del garaje para ver si me hacia alguna señal para que subiera al coche. Debía poner unas caritas, que sólo me faltaba mover al rabo con regusto, porque para él que debía ser un latazo llevar un niño a su lado y más en servició de trabajo, tenía el detalle generoso de vez en cuando de invitarme a acompañarle y entonces yo era el niño más feliz de la tierra, me subía con celeridad al asiento delantero, en esa época no existían los cinturones, y me sentía como si estuviera en una nave espacial, hasta el olor y el ruido del motor me encantaba, ¡joder! como disfrutaba, ni D. Benito era consciente de cómo yo disfrutaba. El coche de la época era un Citroën dos caballos de los primeros que salieron y tenía capota de lona y cuando llovía había que mover el limpia parabrisas con una manivela a mano por aquellas carreteras bacheadas y de piedras, nada de asfalto. Era toda una odisea llegar a los pueblos, pero él cumplía con su deber por encima de las inclemencias por duras que fueran, un buen profesional.
Recuerdo que mientras visitaba a los enfermos yo me quedaba en el coche esperándole y era el tío más dichoso, ver el volante y las palancas tan de cerca me encantaba, pues en mi casa lo único que tenia físicamente era un aro que hacía de volante y el resto con mi imaginación conducía por los caminos que conocía, así que verme allí dentro del coche con la realidad y no con la imaginación era una gozada. Recuerdo que no podía resistir la tentación y alguna vez mientras esperaba al médico me ponía en su asiento de conductor y toqueteaba el volante y las palancas como si de conductor experto se tratara. Claro que cuando él volvía se daba cuenta que le había manipulado sus palancas y tenia paciencia en decirme que el asunto era cosa de mayores. D. Benito era muy buena gente, no tengo el mismo concepto del cura D. Manuel (del que fui por imposición de mi madre monaguillo durante dos años), ni del maestro, que no recuerdo ni su nombre. Si me viene la fluidez otro día escribiré otra parrafada sobre el cura y el maestro.
Recuerdo que cuando veía a D. Benito enfilar para su garaje con su maletín de primeros auxilios yo me ponía como un perro faldero cercano al portón del garaje para ver si me hacia alguna señal para que subiera al coche. Debía poner unas caritas, que sólo me faltaba mover al rabo con regusto, porque para él que debía ser un latazo llevar un niño a su lado y más en servició de trabajo, tenía el detalle generoso de vez en cuando de invitarme a acompañarle y entonces yo era el niño más feliz de la tierra, me subía con celeridad al asiento delantero, en esa época no existían los cinturones, y me sentía como si estuviera en una nave espacial, hasta el olor y el ruido del motor me encantaba, ¡joder! como disfrutaba, ni D. Benito era consciente de cómo yo disfrutaba. El coche de la época era un Citroën dos caballos de los primeros que salieron y tenía capota de lona y cuando llovía había que mover el limpia parabrisas con una manivela a mano por aquellas carreteras bacheadas y de piedras, nada de asfalto. Era toda una odisea llegar a los pueblos, pero él cumplía con su deber por encima de las inclemencias por duras que fueran, un buen profesional.
Recuerdo que mientras visitaba a los enfermos yo me quedaba en el coche esperándole y era el tío más dichoso, ver el volante y las palancas tan de cerca me encantaba, pues en mi casa lo único que tenia físicamente era un aro que hacía de volante y el resto con mi imaginación conducía por los caminos que conocía, así que verme allí dentro del coche con la realidad y no con la imaginación era una gozada. Recuerdo que no podía resistir la tentación y alguna vez mientras esperaba al médico me ponía en su asiento de conductor y toqueteaba el volante y las palancas como si de conductor experto se tratara. Claro que cuando él volvía se daba cuenta que le había manipulado sus palancas y tenia paciencia en decirme que el asunto era cosa de mayores. D. Benito era muy buena gente, no tengo el mismo concepto del cura D. Manuel (del que fui por imposición de mi madre monaguillo durante dos años), ni del maestro, que no recuerdo ni su nombre. Si me viene la fluidez otro día escribiré otra parrafada sobre el cura y el maestro.