VIVENCIA UN DÍA EN “EL SOTIERRO”, HACE MUCHOS AÑOS.
En este paraje La Campiza se localizaba un pequeño espacio para uso libre llamado “sotierro”, donde se enterraban vacas o yeguas muertas por motivos no fiables para consumir su carne. Por algún instinto innato las vacas solían pisar sobre aquel espacio, sin otro fin aparente que caminar despacio. Ni siquiera era sitio válido para pastar, pues solía estar pisado frecuente y por tanto estaba embarrado, casi sin hierva.
Aquel día de verano con sol calmado, tres o cuatro chiquillos estábamos sentados sobre una pequeña pila de piedras junto al “sotierro”, y en nuestro alrededor cercano había varias vacas mansas pastando. Una de ellas encontró un hueso mal enterrado, que al momento produjo en ella una tensa transformación, emitiendo fuertes mugidos y a la vez, enfurecida, con las patas delanteras arrastraba la tierra pareciendo claro gesto de excavación.
Seguidamente, con la cabeza alta emprendió una carrera cambiante, sin destino, por la cercanía, mientras seguía clamando con sus fuertes bramidos. El resto de vacas de alrededores contagiadas también de loca histeria se sumaron al berradero, y corriendo acudieron a la llamada de la primera, con claros gestos agresivos en ataque a algo invisible para nosotros, todas repetían berreando muy sonoro y continuo. Dando furiosas zamostadas al aire, iban y venían corriendo erráticas, sin alejarse apenas del entorno. (Zamostadas son cabezadas al aire con los cuernos por arma).
(SIGUE ABAJO…….)
Algunos hombres se habían acercado hasta prudente distancia, y las gritaban llamándolas por el nombre a cada una, especialmente cuando pasados algunos minutos se empezaron a calmar las vacas. En pocos minutos la espontánea expresión de la naturaleza se había calmado, y las vacas, ajenas a la explosión animal que habían vivido miraban indiferentes a su alrededor.
Varias yeguas que también pastaban en la cercanía, envaradas se habían apartado con ligero caminar. No ocurrió nada que lamentar.
Subidos en las piedras, hasta pasado el capítulo no fuimos conscientes del peligro en que habíamos estado, rodeados por una emotividad instintiva nada común, ¡inolvidable ¡. Walter
En este paraje La Campiza se localizaba un pequeño espacio para uso libre llamado “sotierro”, donde se enterraban vacas o yeguas muertas por motivos no fiables para consumir su carne. Por algún instinto innato las vacas solían pisar sobre aquel espacio, sin otro fin aparente que caminar despacio. Ni siquiera era sitio válido para pastar, pues solía estar pisado frecuente y por tanto estaba embarrado, casi sin hierva.
Aquel día de verano con sol calmado, tres o cuatro chiquillos estábamos sentados sobre una pequeña pila de piedras junto al “sotierro”, y en nuestro alrededor cercano había varias vacas mansas pastando. Una de ellas encontró un hueso mal enterrado, que al momento produjo en ella una tensa transformación, emitiendo fuertes mugidos y a la vez, enfurecida, con las patas delanteras arrastraba la tierra pareciendo claro gesto de excavación.
Seguidamente, con la cabeza alta emprendió una carrera cambiante, sin destino, por la cercanía, mientras seguía clamando con sus fuertes bramidos. El resto de vacas de alrededores contagiadas también de loca histeria se sumaron al berradero, y corriendo acudieron a la llamada de la primera, con claros gestos agresivos en ataque a algo invisible para nosotros, todas repetían berreando muy sonoro y continuo. Dando furiosas zamostadas al aire, iban y venían corriendo erráticas, sin alejarse apenas del entorno. (Zamostadas son cabezadas al aire con los cuernos por arma).
(SIGUE ABAJO…….)
Algunos hombres se habían acercado hasta prudente distancia, y las gritaban llamándolas por el nombre a cada una, especialmente cuando pasados algunos minutos se empezaron a calmar las vacas. En pocos minutos la espontánea expresión de la naturaleza se había calmado, y las vacas, ajenas a la explosión animal que habían vivido miraban indiferentes a su alrededor.
Varias yeguas que también pastaban en la cercanía, envaradas se habían apartado con ligero caminar. No ocurrió nada que lamentar.
Subidos en las piedras, hasta pasado el capítulo no fuimos conscientes del peligro en que habíamos estado, rodeados por una emotividad instintiva nada común, ¡inolvidable ¡. Walter