La
Colegiata de
Santa Juliana en
Santillana del Mar,
Cantabria, es uno de esos
monumentos imprescindibles, declarado
monumento nacional ya en 1889.
Juliana de Nicomedia fue martirizada en Asia Menor (hoy Turquía) durante las persecuciones emprendidas por el emperador Diocleciano a finales del siglo III, y sus restos traídos en el siglo ix a este lugar del Reino de
Asturias por algunos monjes peregrinos. En época del rey de Asturias Alfonso III (los documentos lo sitúan en 870) se construyó una
ermita bajo la advocación de la santa donde custodiar y venerar sus reliquias, y luego un cenobio que prosperó bajo la protección de la nobleza local. Fue el rey Fernando I de Castilla, en 1045, quien le dio el impulso definitivo por otorgamiento de importantes privilegios, uno de los cuales consistió en poner bajo soberanía de su abad la villa y sus posesiones.
El templo primitivo fue sustituido en época
románica por el que, con diversos añadidos y reformas, se ha conservado hasta hoy, que data del siglo xii. En sus orígenes constituyó un
monasterio benedictino, pero en el siglo xi adquirió el rango de colegiata regida por una comunidad de canónigos de
San Agustín. A partir de entonces, respaldado por ayuda nobiliar, pasa a ser el templo más importante de Cantabria.