Yacimiento arqueolojico La Quejola
. En esta última década excavaciones llevadas a cabo en el poblado ibérico de La Quéjola (San Pedro, Albacete) han sacado a la luz un "edificio singular" cuya interpretación, en función del análisis constructivo y de los materiales hallados, permiten identificarlo con un thesauros. Dicho edificio, perfectamente imbricado en el tramado urbano del asentamiento, sirvió de almacén para guardar en él, seriadamente, una significativa selección de materiales indicativos de prestigio y poder dentro de la sociedad ibérica. Todo ello legitimado, además, por la presencia de elementos de claro valor religioso, si no la misma imagen divina.
El poblado se encuentra situado, al igual que el anterior yacimiento, en las tierras del interior peninsular, el sureste meseteño. Su historia abarcó un período de tiempo de, aproximadamente, un siglo: desde un momento impreciso a finales del s. VI, o principios del V a.C., hasta acabar el mismo a tenor de las cerámicas importadas de barniz negro documentadas en este poblado que no parecen prolongarse en la centuria siguiente, ni en los yacimientos peninsulares, ni en el resto del Mediterráneo occidental (Gracia 2000, 249). Este asentamiento parece claro que tuvo en el almacenaje y, probablemente, en la producción del vino su razón de ser económica lo cual determina, a su vez, la existencia de un territorio jerárquicamente estructurado, pues una economía tan especializada como esta sólo puede justificarse dentro de esta estructuración políticoespacial. Por todo ello, La Quéjola se convierte así en el mejor paralelo formal con el conocido yacimiento de L’Alt de Benimaquía (Denia, Alicante) con el que coincide hasta en sus dimensiones (Gómez Bellard 1991; Idem 1993) si bien el yacimiento albacetense se encuentra ubicado ya en un horizonte ibérico totalmente configurado.
Publicadas sus principales características (Blánquez 1993; Idem y Olmos 1993) así como una primera valoración de los materiales anfóricos (Blánquez 2000b) creemos oportuno limitarnos a resaltar algunos de sus aspectos más representativos que, pensamos, permiten argumentar la interpretación de su casa noº.2 como “espacio singular” de carácter sacro, concretamente como un thesauros.
El asentamiento se encuentra situado sobre un pequeño espolón adelantado del denominado Cerro del Peñón. Constituye una pequeña elevación amesetada, de unos 20 m. De altura con respecto a su entorno de vega, sobre la que se levantó el poblado. La riqueza minera de su territorio es prácticamente nula, tan sólo abundan yesos y calizas arcillosas de escasa compacidad y, por ello, inapropiadas incluso para cantería. La vegetación original, hoy bien conocida gracias a análisis sistemáticos de las semillas y pólenes recogidos, apunta la existencia en época ibérica de bosques mixtos con encinas, nogales y enebros que se combinaban con masas de pinares y arbustos leñosos, ya en los terrenos más bajos y húmedos, es decir, a lo largo de la vega del río Quéjola.
Vista general del poblado ibérico de La Quéjola (San Pedro, Albacete). Campaña de 1991.
El poblado, de planta rectangular (150por50 m. Aprox.)y amurallado, con una pequeña torre junto al único punto de acceso, ocupaba una pequeña extensión de casi una hectárea. Ello permite incluirlo en el grupo de los pequeños oppida iberos (Bonet y Mata 1991, 18; Moret 1996, 492 y 133 y ss). Fue construido, y este aspecto lo consideramos de gran interés, de una sola vez, de acuerdo con un plan preestablecido con planos claramente trazados desde el principio (Gracia 1998, 108). Ello encaja bien con una intencionada, desde el principio, especialización económica en torno al vino, de hecho su almacenamiento en cantidades claramente excedentarias en relación con la población allí asentada, tal y como ha podido documentar la excavación, excede con mucho un autoconsumo (Blánquez 2000b). La existencia de este plan preestablecido, acometido en un corto intervalo de tiempo, ha sido percibido también en otros importantes poblados de similar cronología, caso de El Oral (Abad y Salas 1993, 191) y, ya para mediados de aquel mismo siglo V a.C., de El Puig de la Nau, en Benicarló (Gusi y Oliver 1998); entre otros ejemplos.
La muralla de La Quéjola, así como su único torreón junto a la puerta de acceso, jugaron papeles defensivos pero, simultáneamente, también ideológicos. Por un lado, acotaban el espacio urbano pero, por otro y no menos importante, debieron prestigiar el propio hábitat, pues no olvidemos que en aquel momento las poblaciones ibéricas estaban inmersas en un lenguaje espacial propio del horizonte urbano. Su cinturón murario, de 1, 30 m. De grosor medio, no debió sobrepasar los 4 m. De altura en función de los habituales cálculos aplicables a este tipo de obra; de ellos, los últimos 1, 5 m. Posiblemente estuvieron realizados en tapial. La ausencia de restos de adobes en las 4 cuadrículas extramuros aconsejan defender la primera posibilidad y no el empleo de adobes. Por lo que respecta el torreón de la entrada, de más de seis metros de grosor, debió alzar más que la muralla y estar igualmente rematada con tapial, sin embargo su construcción no trababa con ésta siguiendo, así, patrones constructivos bien estudiados en otros yacimientos, con los que mantiene numerosas semejanzas (Abad y Sala 1993, 163).
Ubicación de los materiales aparecidos en el espacio singular de La Quéjola
La excavación de su interior, sólo posible en la parte oeste del poblado a causa del arrasamiento de la otra mitad, permitió documentar hasta un total de 16 departamentos todos adosados a la muralla a excepción de uno, perteneciente ya a la alineación central del poblado. La parte excavada permitió documentar un total de 8 casas con funciones muy diferentes: un “espacio singular” (casa noº.” ); tres almacenes anfóricos (casas noº. 1, 6 y 8); dos espacios para actividad industrial (casas noº. 3 y 4); un cuerpo de guardia (casa noº. 7) y, por último, la casa noº. 5, que no llegó a excavarse. (Blánquez 1993, 100 y ss.). Todas ellas, a excepción de la casa noº.8, están adosadas a la muralla con un resaltable carácter comunal ya detectado en otros importantes asentamientos, desde el citado Alt de Benimaquía hasta, en pleno horizonte ibérico, el citado poblado de El Oral. Los espacios habitacionales de la Quéjola que, indudablemente, tuvo que tener, debieron estar ubicados en la parte actualmente no conservada pero, desde luego, en ningún caso corresponderían a más de siete u ocho unidades familiares calculadas éstas en torno a los 5 individuos por grupo (Gracia 1998, 108). Todo ello, pensamos, viene a colación de cara a entender y apreciar en su justo valor las características y pautas observadas en el espacio sacral del poblado, la citada casa noº.2.
Reconstrucción informática de la planta conservada de La Quéjola
La práctica totalidad de los materiales cerámicos encontrados en las habitaciones corresponden a producciones anfóricas ibéricas, posiblemente locales. Tipológicamente son clara continuación de antiguas formas feniciopúnicas, si bien con detalles formales propios (Blánquez 2000b). Tan sólo en la citada casa noº.2, donde también creemos haber identificado la vivienda del poder político, el repertorio formal cerámico se amplia notablemente a haberse documentado también abundante vajilla de mesa (páteras; cuencos; platos; fuentes, etc.) combinada con grandes piezas de almacenaje (pithoi, con sus tapaderas; vasijas de boca ancha, etc) decoradas, unas y otras, con significativa pintura bícróma y polícroma. Junto a ellas también pareció un número significativo de cerámicas elaboradas con arcilla “tipo cocina”, algunas decoradas con pintura blanca; cuestión ésta para nosotros propia de ambientes sacralizados, tal y como últimamente venimos defendiendo (Blánquez 1999a, 79).
. En esta última década excavaciones llevadas a cabo en el poblado ibérico de La Quéjola (San Pedro, Albacete) han sacado a la luz un "edificio singular" cuya interpretación, en función del análisis constructivo y de los materiales hallados, permiten identificarlo con un thesauros. Dicho edificio, perfectamente imbricado en el tramado urbano del asentamiento, sirvió de almacén para guardar en él, seriadamente, una significativa selección de materiales indicativos de prestigio y poder dentro de la sociedad ibérica. Todo ello legitimado, además, por la presencia de elementos de claro valor religioso, si no la misma imagen divina.
El poblado se encuentra situado, al igual que el anterior yacimiento, en las tierras del interior peninsular, el sureste meseteño. Su historia abarcó un período de tiempo de, aproximadamente, un siglo: desde un momento impreciso a finales del s. VI, o principios del V a.C., hasta acabar el mismo a tenor de las cerámicas importadas de barniz negro documentadas en este poblado que no parecen prolongarse en la centuria siguiente, ni en los yacimientos peninsulares, ni en el resto del Mediterráneo occidental (Gracia 2000, 249). Este asentamiento parece claro que tuvo en el almacenaje y, probablemente, en la producción del vino su razón de ser económica lo cual determina, a su vez, la existencia de un territorio jerárquicamente estructurado, pues una economía tan especializada como esta sólo puede justificarse dentro de esta estructuración políticoespacial. Por todo ello, La Quéjola se convierte así en el mejor paralelo formal con el conocido yacimiento de L’Alt de Benimaquía (Denia, Alicante) con el que coincide hasta en sus dimensiones (Gómez Bellard 1991; Idem 1993) si bien el yacimiento albacetense se encuentra ubicado ya en un horizonte ibérico totalmente configurado.
Publicadas sus principales características (Blánquez 1993; Idem y Olmos 1993) así como una primera valoración de los materiales anfóricos (Blánquez 2000b) creemos oportuno limitarnos a resaltar algunos de sus aspectos más representativos que, pensamos, permiten argumentar la interpretación de su casa noº.2 como “espacio singular” de carácter sacro, concretamente como un thesauros.
El asentamiento se encuentra situado sobre un pequeño espolón adelantado del denominado Cerro del Peñón. Constituye una pequeña elevación amesetada, de unos 20 m. De altura con respecto a su entorno de vega, sobre la que se levantó el poblado. La riqueza minera de su territorio es prácticamente nula, tan sólo abundan yesos y calizas arcillosas de escasa compacidad y, por ello, inapropiadas incluso para cantería. La vegetación original, hoy bien conocida gracias a análisis sistemáticos de las semillas y pólenes recogidos, apunta la existencia en época ibérica de bosques mixtos con encinas, nogales y enebros que se combinaban con masas de pinares y arbustos leñosos, ya en los terrenos más bajos y húmedos, es decir, a lo largo de la vega del río Quéjola.
Vista general del poblado ibérico de La Quéjola (San Pedro, Albacete). Campaña de 1991.
El poblado, de planta rectangular (150por50 m. Aprox.)y amurallado, con una pequeña torre junto al único punto de acceso, ocupaba una pequeña extensión de casi una hectárea. Ello permite incluirlo en el grupo de los pequeños oppida iberos (Bonet y Mata 1991, 18; Moret 1996, 492 y 133 y ss). Fue construido, y este aspecto lo consideramos de gran interés, de una sola vez, de acuerdo con un plan preestablecido con planos claramente trazados desde el principio (Gracia 1998, 108). Ello encaja bien con una intencionada, desde el principio, especialización económica en torno al vino, de hecho su almacenamiento en cantidades claramente excedentarias en relación con la población allí asentada, tal y como ha podido documentar la excavación, excede con mucho un autoconsumo (Blánquez 2000b). La existencia de este plan preestablecido, acometido en un corto intervalo de tiempo, ha sido percibido también en otros importantes poblados de similar cronología, caso de El Oral (Abad y Salas 1993, 191) y, ya para mediados de aquel mismo siglo V a.C., de El Puig de la Nau, en Benicarló (Gusi y Oliver 1998); entre otros ejemplos.
La muralla de La Quéjola, así como su único torreón junto a la puerta de acceso, jugaron papeles defensivos pero, simultáneamente, también ideológicos. Por un lado, acotaban el espacio urbano pero, por otro y no menos importante, debieron prestigiar el propio hábitat, pues no olvidemos que en aquel momento las poblaciones ibéricas estaban inmersas en un lenguaje espacial propio del horizonte urbano. Su cinturón murario, de 1, 30 m. De grosor medio, no debió sobrepasar los 4 m. De altura en función de los habituales cálculos aplicables a este tipo de obra; de ellos, los últimos 1, 5 m. Posiblemente estuvieron realizados en tapial. La ausencia de restos de adobes en las 4 cuadrículas extramuros aconsejan defender la primera posibilidad y no el empleo de adobes. Por lo que respecta el torreón de la entrada, de más de seis metros de grosor, debió alzar más que la muralla y estar igualmente rematada con tapial, sin embargo su construcción no trababa con ésta siguiendo, así, patrones constructivos bien estudiados en otros yacimientos, con los que mantiene numerosas semejanzas (Abad y Sala 1993, 163).
Ubicación de los materiales aparecidos en el espacio singular de La Quéjola
La excavación de su interior, sólo posible en la parte oeste del poblado a causa del arrasamiento de la otra mitad, permitió documentar hasta un total de 16 departamentos todos adosados a la muralla a excepción de uno, perteneciente ya a la alineación central del poblado. La parte excavada permitió documentar un total de 8 casas con funciones muy diferentes: un “espacio singular” (casa noº.” ); tres almacenes anfóricos (casas noº. 1, 6 y 8); dos espacios para actividad industrial (casas noº. 3 y 4); un cuerpo de guardia (casa noº. 7) y, por último, la casa noº. 5, que no llegó a excavarse. (Blánquez 1993, 100 y ss.). Todas ellas, a excepción de la casa noº.8, están adosadas a la muralla con un resaltable carácter comunal ya detectado en otros importantes asentamientos, desde el citado Alt de Benimaquía hasta, en pleno horizonte ibérico, el citado poblado de El Oral. Los espacios habitacionales de la Quéjola que, indudablemente, tuvo que tener, debieron estar ubicados en la parte actualmente no conservada pero, desde luego, en ningún caso corresponderían a más de siete u ocho unidades familiares calculadas éstas en torno a los 5 individuos por grupo (Gracia 1998, 108). Todo ello, pensamos, viene a colación de cara a entender y apreciar en su justo valor las características y pautas observadas en el espacio sacral del poblado, la citada casa noº.2.
Reconstrucción informática de la planta conservada de La Quéjola
La práctica totalidad de los materiales cerámicos encontrados en las habitaciones corresponden a producciones anfóricas ibéricas, posiblemente locales. Tipológicamente son clara continuación de antiguas formas feniciopúnicas, si bien con detalles formales propios (Blánquez 2000b). Tan sólo en la citada casa noº.2, donde también creemos haber identificado la vivienda del poder político, el repertorio formal cerámico se amplia notablemente a haberse documentado también abundante vajilla de mesa (páteras; cuencos; platos; fuentes, etc.) combinada con grandes piezas de almacenaje (pithoi, con sus tapaderas; vasijas de boca ancha, etc) decoradas, unas y otras, con significativa pintura bícróma y polícroma. Junto a ellas también pareció un número significativo de cerámicas elaboradas con arcilla “tipo cocina”, algunas decoradas con pintura blanca; cuestión ésta para nosotros propia de ambientes sacralizados, tal y como últimamente venimos defendiendo (Blánquez 1999a, 79).