Todo lo que nos llega a el alma, no se olvida.
Lo más sencillo, a veces, es lo más auténtico.
Los recuerdos de infancia, en los días de
invierno,
al calor de la lumbre, al hervor del puchero.
Si la
nieve caía ¡Era
fiesta en el
pueblo!
Se vestían de blanco, los
tejados y el suelo.
El aire que cortaba el rostro, con su hielo,
era limpio y tenía sabor a caramelo.
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