Poco a poco, las empedradas
calles de
Riópar Viejo, que se encaraman de manera retorcida a la ladera de un pequeño cerro, fueron quedándose en silencio. El
pueblo estuvo abandonado durante más de un siglo. Sus
casas y
monumentos se deterioraron bajo el calor, la
lluvia, el viento y el frío que traían las distintas
estaciones. Una intensa labor de restauración ha hecho posible que Riópar Viejo haya vuelto a su antiguo esplendor, convirtiéndola en una villa turística.