Si ganaderos y pastores somos parte de la identidad de esta nuestra tierra, a la par nuestra van los mineros del cinabrio. M´acordao ahora de los mineros a cuento de que, paece sel, algunas personas que escriben en este foro son del pueblo vecino de Almadenejos, y yo oigo el nombre de Almadenejos y enseguida se me viene a la cabeza un hombre vestío de uniforme rojo, con botas altas de goma y el casco negro con su pila de petaca, el semplante serio y la mirá perdida. Asín recuerdo yo a los mineros, que´ n Alamillo los hubo y aún viven algunos.
Yo siempre he tenío “compadecel” de los mineros, quiero decil en el sentío de que he compartió sus padecimientos. Cuando yo cogía mi amotillo pa ime al campo con las borregas, veía a alguno de éstos que se iban con sus amotos pa la mina de Almadén, y yo me pasaba to´l día acordándome de ellos, de cómo andarían en las estrecheces de las galerías, respirando aire viciao, y hasta paece que güelo el golor ese tan raro que da el mineral cuando se quema. ¡Y qué angustia más mala m´entraba, madre! Asín que yo, que andaba entre las encinas, goliendo poleos y gamarzas, pos me sentía un privilegiao, y algunas veces hasta m´echaba a lloral pensando en el sufrimiento de los mineros y agradecio a la Virgen Santa que yo no tuviera que meteme en tan profundo bujero.
Güeno que he encontrao en la red – ¿se dice asín, no? Un poema mu bonito de un poeta mejicano que se lo dedica a los mineros de la comarca de Atacama, en Chile. Sí, allí fue donde se quedaron encerraos un grupo de mineros y hubo que rescatalos con una cápsula mu singulal. Tuvieron suerte de vivil en los tiempos que vivimos, otras veces la mina hubiera sío su sepultura. Güeno, que to mi cariño y respeto pa los mineros del cinabrio de las famosas, y únicas en el mundo, minas de Almadén del Azogue.
Te quiero
Mientras mi voz llora en el suelo
en el talud final y zapapico,
va buscando el cielo abierto
a decirte que te quiero,
que te quiero y que me entierro
en el fondo cual minero.
Si un beso llega arriba,
amor, si un beso llega,
que la mina te lo entregue
en tu joya preferida,
en el pozo de un encuentro,
en la lágrima encendida,
en aquella chimenea
que te arropa cada día.
El minero
A fosfato huelen manos,
magro cuerpo del trabajo.
A bocamina fueron todos,
minadores en la orilla,
y un deslave de acogida
les vio adentro de la mina.
¡No volvieron!
Socavón: túnel del miedo,
bizarro subterráneo,
Medioevo candelabro,
pedregal de los lamentos,
oscuridad del testamento,
sarcófago de rutas,
cruz de los mineros.
Una madre, un niño,
una mujer embarazada
agarrándose la falda
para secarse la mirada:
“Te quiero”.
Y no hubo nada, nadie,
ya ninguno,
ni el chorrear del agua,
ni los gases maldiciendo,
ni la tromba de consuelo,
ni el gemido en desconsuelo,
ni la lágrima volviendo.
¡No… No volvieron!
Salvador Pliego
Yo siempre he tenío “compadecel” de los mineros, quiero decil en el sentío de que he compartió sus padecimientos. Cuando yo cogía mi amotillo pa ime al campo con las borregas, veía a alguno de éstos que se iban con sus amotos pa la mina de Almadén, y yo me pasaba to´l día acordándome de ellos, de cómo andarían en las estrecheces de las galerías, respirando aire viciao, y hasta paece que güelo el golor ese tan raro que da el mineral cuando se quema. ¡Y qué angustia más mala m´entraba, madre! Asín que yo, que andaba entre las encinas, goliendo poleos y gamarzas, pos me sentía un privilegiao, y algunas veces hasta m´echaba a lloral pensando en el sufrimiento de los mineros y agradecio a la Virgen Santa que yo no tuviera que meteme en tan profundo bujero.
Güeno que he encontrao en la red – ¿se dice asín, no? Un poema mu bonito de un poeta mejicano que se lo dedica a los mineros de la comarca de Atacama, en Chile. Sí, allí fue donde se quedaron encerraos un grupo de mineros y hubo que rescatalos con una cápsula mu singulal. Tuvieron suerte de vivil en los tiempos que vivimos, otras veces la mina hubiera sío su sepultura. Güeno, que to mi cariño y respeto pa los mineros del cinabrio de las famosas, y únicas en el mundo, minas de Almadén del Azogue.
Te quiero
Mientras mi voz llora en el suelo
en el talud final y zapapico,
va buscando el cielo abierto
a decirte que te quiero,
que te quiero y que me entierro
en el fondo cual minero.
Si un beso llega arriba,
amor, si un beso llega,
que la mina te lo entregue
en tu joya preferida,
en el pozo de un encuentro,
en la lágrima encendida,
en aquella chimenea
que te arropa cada día.
El minero
A fosfato huelen manos,
magro cuerpo del trabajo.
A bocamina fueron todos,
minadores en la orilla,
y un deslave de acogida
les vio adentro de la mina.
¡No volvieron!
Socavón: túnel del miedo,
bizarro subterráneo,
Medioevo candelabro,
pedregal de los lamentos,
oscuridad del testamento,
sarcófago de rutas,
cruz de los mineros.
Una madre, un niño,
una mujer embarazada
agarrándose la falda
para secarse la mirada:
“Te quiero”.
Y no hubo nada, nadie,
ya ninguno,
ni el chorrear del agua,
ni los gases maldiciendo,
ni la tromba de consuelo,
ni el gemido en desconsuelo,
ni la lágrima volviendo.
¡No… No volvieron!
Salvador Pliego