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ALAMILLO: ROMANCE DEL PASTOR ARSENIO...

ROMANCE DEL PASTOR ARSENIO

>> Para Sole, Soledad. Tú que te rendiste a la llamada de lo Eterno: eres ya el valle mismo, el río mismo, la montaña misma que cerca el que fue tu querido pueblo, en el también eterno Valle de Valdeón. <<

Los Romances son poesía narrativa tradicional, son la lírica en boca del pueblo, son su monótono pero sugerente recital en las noches de invierno, frente al hogaril; son sus costumbres ancestrales en la memoria individual y colectiva. El romance es un género literario único que se pierde con nuestros ancianos, como nuestra lengua tradicional.

El mundo pastoril es muy rico en romances, ya recordé aquí el famoso, por hermoso, de “La loba parda”. Ahora os dejo uno que se mantiene milagrosamente vivo en boca de personas muy ancianas, en la comarca leonesa del Alto Esla, en los Picos de Europa. Pero antes, me gustaría describiros estos lugares a los que también he trashumado con mis borras, y os aconsejo visitéis cuando tengáis oportunidad, no os arrepentiréis.

En el norte de la provincia de León existen unas hermosísimas montañas de agudos y canos picachos, calcáreas crestas y empinadas faldas tupidas de hayedos y tilares. Entre sus pies, discurren ríos, como el Esla, encajonados en estrechísimas barrancas, de frías y finas aguas que bajan atrevidas hacia el páramo mesetario, o, en dirección opuesta, hacia el cántabro mar. En otoño, los bosques caducifolios se desvisten en dispares colores que esperan no una pluma que los describa, sino unos ojos y una mente contemplativa; el urogallo, el corzo y jabalí barruntan las próximas nevadas; y los rebaños de merinas han dejado vacíos y silenciosos los prados de estos apretados vallejos, amarillentos ya. Oseja, en el Valle de Sajambre, y Posada, en el de Valdeón, son dos hermosísimos pueblines –que así los llaman allá-, de piedra y madera, literalmente cercados por unas solemnes montañas, que los ciñen cual pleita a queso ovejuno, sin más horizonte que el propio cielo. No es extraño que una persona acostumbrada a las amplitudes, sienta que el corazón le oprime en el pecho y un nudo claustrofóbico se le hace en la garganta ante tanta angostura; pero se hace tan evidente la presencia del Ser que todo mal se desvanece pronto, y más si se oyen esquilas de merinas y se las ve pastar, tranquilas, la fresca hierba.

Y aunque la Cañada Real Leonesa no llega al Valle de Alcudia, sino que discurre desde las montañas nombradas hasta el hermano Valle de la Serena, el vínculo trashumante es recio, por lo que no es extraño que pastores leoneses lleguen a Alcudia como el protagonista del romance que os dejo, Arsenio, una persona humilde pero algo irónico por su inteligencia, como la mayoría de los pastores. Arsenio abandonó su mortal cuerpo en nuestra tierra, tan lejos de la suya y tuvo algún problemilla espiritual al morir, pero que la Madre de Dios resolvió rápido, como Arsenio merecía. Qué curioso debe ser oír recitar este romance a las ancianas de las montañas leonesas, nombrando nuestro eterno Valle, el de las lomas, el de encinas, pastores, ovejas y mastines.

Como el romance es algo “larguillo”, os lo dejo en tres entregas. Que lo disfrutéis.

ROMANCE DEL PASTOR ARSENIO.

I
En un chozo de Alcudia,
sobre un lecho de pellejos,
rodeado de unos pocos
compasivos compañeros
que se hallaban poseídos
del mayor abatimiento,
se iba acabando la vida
del pobre pastor Arsenio.

Llevaba ya varios días
aquel infeliz enfermo
y moriría muy pronto,
según dijo el señor médico.

Quiso para prepararse
a recibir los sacramentos
porque temía la muerte
y le asustaba el infierno.

Había el pobre vivido
según se vive en el gremio,
de apariencias inocentes
sin ser malo por completo,
pero con ciertos lunares
que suele haber en los buenos;
y había sido muy tuno,
con puntas de marrullero
y en esto estaba pensando
con harta pena el enfermo,
cuando un dolor muy agudo
en el costado derecho
le hizo llevar la mano
hacia el lugar del tormento.

Y abriendo dos veces la boca,
de un modo extraño y horrendo,
se quedó sin más ni más
muerto el infeliz Arsenio;
abrigado por sus mantas,
sobre las pieles de helecho.