Por eso el Cura conoció a otro que venía en la procesión, LII, pág. 716. Un cortijo todavía llamado de los Canónigos de donde vendría éste, dos kilómetros al sur y una aldea pequeña y rica como a tres leguas al sur con un enorme y centenario álamo en la plaza donde Vicente de la Rocha contaba sus aventuras, también como todavía hoy se sigue haciendo. «Sentábase en un poyo que debajo de un gran álamo está en nuestra plaza» LI pág. 705 y que no puede ser otro que el pueblo de Albaladejo. Ya nos dice Luis Ceballos la costumbre de Cervantes y de la Mancha de llamar álamo al hoy llamado olmo negro, que es el que hay en dicha plaza.