Mi pequeña aldea del
mar. El
monte verde, la brisa fresca, el
acantilado azul y blanco de salitre. Mi
casa de
piedra y el humo de la leña húmeda. Mi vieja chaqueta de cien batallas.
No camines sobre el barro de la tempestad, transeúnte que transitas por mi
calle. Que sobre tu corazón se apiñen las
flores de un siglo de primaveras.
El caminante desaparece tras la cresta de la loma. El
cielo se viste con su camisón cobalto de
atardecer.
Ya descienden los copos de
nieve de la cordillera. Mueren entre
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