Preso se encontraba en la habitación de las sombras. Gruesos listones cubrían el cuadrado de la ventana; querían ahogar entre sus cruces los rayos de luz diurna. Pasos de juventud resonaban en las desnudas paredes.
Afuera un temblor de vida traía un soplo de esperanza a su desdichado corazón. Una risa galopando a lomos del viento solano. Una dulzura de atardecer meciendo en su cuna a las estrellas del verano.
Y él aplicó su mano sobre los listones. Hizo denodados esfuerzos, se cansó y todo permanecía igual. Nada más descorazonador que no poder alcanzar el ámbito de los grillos estivales.
Pero no se rindió. Sangre manó de las palmas de sus manos de tanto empujar los listones. El pájaro de la mañana no dejó de insuflarle nuevos ánimos.
Así siguió hasta que los listones cedieron. Vio por fin la luz del mediodía. Tendió sus brazos afuera, y un abrazo de viento perfumado inundó su pecho de alegría.
–Era imposible, y yo lo he conseguido –dijo a renglón seguido.
El jardinero de las nubes.
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Y él aplicó su mano sobre los listones. Hizo denodados esfuerzos, se cansó y todo permanecía igual. Nada más descorazonador que no poder alcanzar el ámbito de los grillos estivales.
Pero no se rindió. Sangre manó de las palmas de sus manos de tanto empujar los listones. El pájaro de la mañana no dejó de insuflarle nuevos ánimos.
Así siguió hasta que los listones cedieron. Vio por fin la luz del mediodía. Tendió sus brazos afuera, y un abrazo de viento perfumado inundó su pecho de alegría.
–Era imposible, y yo lo he conseguido –dijo a renglón seguido.
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