Campamentos de Refugiados Saharauis de Tinduf (Argelia), 1992.
En aquellos días de mayo de 1992 los saharauis del exilio nos recibían sumidos en una profunda resaca. Una resaca que había empezado en septiembre del año anterior, cuando en medio de las fiestas con que celebraban la firma del plan de paz de la ONU (que les prometía el regreso feliz a su tierra tras 16 años de guerra y exilio) estallaba la noticia de que la aviación marroquí había violado el alto el fuego, matando a una veintena de civiles saharauis y desvelando la otra cara del plan de paz, una cara llena de trampas y de mentiras.
A aquel 'choque de realidad' los saharauis no respondieron, dándole una verdadera oportunidad a la paz, aunque advirtieron a la ONU que ejercerían su derecho de legítima defensa en caso de que persistieran los ataques.
Y los ataques marroquíes continuaron, ya no con bombas de napalm sino con papeles: exigiendo una 'actualización técnica' del censo electoral saharaui que incluyera a centenares de miles de colonos marroquíes.
En aquellos días de mayo de 1992 los saharauis del exilio nos recibían sumidos en una profunda resaca. Una resaca que había empezado en septiembre del año anterior, cuando en medio de las fiestas con que celebraban la firma del plan de paz de la ONU (que les prometía el regreso feliz a su tierra tras 16 años de guerra y exilio) estallaba la noticia de que la aviación marroquí había violado el alto el fuego, matando a una veintena de civiles saharauis y desvelando la otra cara del plan de paz, una cara llena de trampas y de mentiras.
A aquel 'choque de realidad' los saharauis no respondieron, dándole una verdadera oportunidad a la paz, aunque advirtieron a la ONU que ejercerían su derecho de legítima defensa en caso de que persistieran los ataques.
Y los ataques marroquíes continuaron, ya no con bombas de napalm sino con papeles: exigiendo una 'actualización técnica' del censo electoral saharaui que incluyera a centenares de miles de colonos marroquíes.