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ALDEA DEL REY: Hay alguien en este pueblo que cuando en tiempos futuros...

Hay alguien en este pueblo que cuando en tiempos futuros haya de ser recordado, se le aplicará el siguiente epitafio: "Es de bien nacidos se agradecidos". Una máxima muy bella... Lo preocupante es cuando el agradecimiento se convierte en negocio.
"¿Que tienes miedo de lo que le pase a tu chico en la mili? Pues nada, me lo llevo conmigo y ya verás lo ricamente que va a estar."
"Oh, ¿cómo podré pagártelo?"
"Nada, nada", y murmura para sí mismo: "Ya llegará el momento."
Mili de lujo, permisos a patadas, guardias delante del televisor, imaginarias tumbado en el colchón... ¡Esto es vida!, y encima ostentando las alas del arma aérea.
Luego, una vez en el pueblo, dicho benefactor pasea por las calles para demostrar que se puede vivir del Aire (con mayúscula) en este bendito lugar: Aquí me cojo estos huevos de tu gallinero; dame una resequilla de pan y una docena de esas "madalenas" que hacéis; ¿ya habéis sacado el aceite del año? ¡Habrá que probarlo!; oye, a ver si vienes y me aras la finca; pues sí, me quedo a cenar con vosotros... Canción del verano que nunca termina, y eso que ya hace casi una década que el servicio militar dejó de ser obligatorio. Los ecos de esta canción aún se escuchan estos días. Muchos de este pueblo saben lo que significa "agradecimiento eterno".
¡Pobre de mí, que rechacé la oportunidad de conocer este sentimiento! Hice más guardias que el palo de bandera, pero llevaba conmigo la recomendación de Dios y terminé sin contratiempos lo que entonces era un deber inexcusable y que no dejaba de ser una pérdida de tiempo y una tomadura de pelo, en toda la acepción del término. Lo malo es que por haber perdido la oportunidad de ser agradecido, no tengo quien me venga a pedir los huevos y los tomates de mi nevera.
Hay quien dice que estas prácticas tienen lo mismo de corrupción que de agradecimiento, pero yo, repito, no puedo hablar de ellas porque no las he padecido en mis carnes.
No obstante, señor benefactor, le he de testimoniar mi asombro (que no mi admiración) por haber sabido vivir del Aire (con mayúscula, por supuesto) incluso en estos tiempos en que tiene las alas recortadas.
El jardinero de las nubes.