
Encontró una rosa sin espinas, y no se lo pasaba a creer.
–No puede ser. El dolor es el precio de la belleza. ¿Me dejas tenerte entre mis dedos, me ofreces tu mejor perfume sin buscar mi perjuicio?
Subió a la mansión de la montaña, y colocó la rosa en el me-jor de sus floreros.
–Acudid todas, criaturas de las alturas. Mi corazón estaba seco, y una rosa le ha contagiado todo su encanto. Ahora soy dicho-so.
Vino el águila, y, envidiosa de su fortuna, se llevó la rosa más arriba de la montaña, al santuario de los cielos.
Él se quedó confuso en la cúspide, viendo cómo el águila y su rosa se encogían en la distancia.
–No me importa el mal que me has infligido, ave maldita. Su perfume inunda mi olfato, su imagen llena mis pensamientos. Ahora es, querida rosa, cuando nunca te podrás separar de mí.
El jardinero de las nubes.
–No puede ser. El dolor es el precio de la belleza. ¿Me dejas tenerte entre mis dedos, me ofreces tu mejor perfume sin buscar mi perjuicio?
Subió a la mansión de la montaña, y colocó la rosa en el me-jor de sus floreros.
–Acudid todas, criaturas de las alturas. Mi corazón estaba seco, y una rosa le ha contagiado todo su encanto. Ahora soy dicho-so.
Vino el águila, y, envidiosa de su fortuna, se llevó la rosa más arriba de la montaña, al santuario de los cielos.
Él se quedó confuso en la cúspide, viendo cómo el águila y su rosa se encogían en la distancia.
–No me importa el mal que me has infligido, ave maldita. Su perfume inunda mi olfato, su imagen llena mis pensamientos. Ahora es, querida rosa, cuando nunca te podrás separar de mí.
El jardinero de las nubes.