ALDEA DEL REY: Le llaman Santa María del Yezgo, pero para mí, de toda...

Le llaman Santa María del Yezgo, pero para mí, de toda la vida de Dios, a esta fuente la he oído mencionar como "Diejo".
Hay que tomar el camino que parte del norte, bordeando la colina de Palacio y el caserón de los fantasmas. La primera parte del trayecto, en los márgenes derechos, hay cardonchas tan airosas que semejan los ojos de Argos o los cabellos de Medusa. Luego se llega a la bifurcación, y se toma la senda recta. Un camino de tierra roja entre viñas y olivares. Aparece también la osamenta de una quintería olvidada. Los pájaros entibian sus cantos entre los olivos y las perdices cruzan joviales el camino.
Se llega a una depresión, con un anfiteatro de colinas rocosas al frente, y se toma la senda que parte del lado izquierdo, siguiendo paralela al cauce de un esquilmado arroyo un poquitín apartado. Si vas por la tarde, el sol poniente te forma cabrillas en las pupilas, y has de caminar por el estrecho sendero con el ceño fruncido.
Y así, sin darte cuenta, alcanzas el sitio de la fuente, que queda un poco por debajo del nivel del suelo, con una construcción de zampeado como los de las alcantarillas.
Si quieres beber su agua impetuosa, agénciate un cacho de manguera (las negras funcionan mejor) y succiona hasta echar los bofes. Así, entre toses aguanosas, habrás resuelto el problema de hidrostática y habrás conseguido un reguero de manantial para calmar tu sed con un agua tan vigorosa como el más rotundo de los caldos.
Cuando yo iba, había un recorte de prado siempre verde, como los ojos de las náyades. Hoy está todo seco y abundan las basuras de domingueros. A veces, en medio de la soledad campestre, se escuchan berridos de ganado desde la cercana granja. Hay noches en que yendo por la carretera de Ciudad Real, se aprecian misteriosas iluminaciones en ese alargado recinto. Y por ahí también se vislumbra la peña del Castillejo y los farallones distantes del collao Carpana.
Así lo recuerdo de hace muchos años. El agua Aquarel me ha hecho casi olvidar el fuerte sabor del agua del Diejo, un sabor de infancia como el de los turrones la Jijonenca.
Pero el trozo de manguera ha de parar por algún sitio. A lo mejor me decido a volverlo a utilizar algún día.
El jardinero de las nubes.