En la campaña electoral del 99 los populares esgrimían como argumento irrebatible la "gratuidad" de Ramón frente al sueldo elevado de alcalde que el consistorio aldeano habría de deselbolsar en caso de que prosperase la candidatura de Santiago. Parece que ahora ese argumento deja de existir para aquéllos, y tanto Luis María como Miguel han reclamado para sí unos sueldos crecidos, en consonancia con su "crecida" categoría.
Muy bien, cada uno ha de mantener nivel de vida que ha conquistado en este valle de lágrimas, pero no utilicéis argumentos que en el futuro se puedan volver espadas de doble filo para vosotros. Ya lo dice un proverbio inglés: "Cuando tú señalas con el dedo, no olvides que hay tres dedos que te están señalando". Y he aquí la paradoja de que los presuntos alcaldes populares resultarían carísimos para nuestra modesta aldea (en número de habitantes, se entiende). Y la competencia que pudieran mostrar los aludidos en el ejercicio de alcalde, me resulta personalmente muy dudosa. No olvidemos que ellos pertenecen a la esfera de los inocentes, los potajes y los jerónimos, que son las familias que más han coadyuvado en el sostenimiento de la estructura cuasi-feudal en que se debate el pueblo desde los últimos decenios del pasado siglo. Y el pueblo se merece sacudirse tan pesaroso yugo.
No soy socialista, pero lamento que Santiago no defienda su candidatura. Ha sido una víctima de la hipocresía del pueblo, precisamente porque él no es hipócrita y no va repartiendo por ahí sonrisas de aceite de almendras para luego asestar puñaladas traperas. Siempre se ha asociado con soberbia su timidez y su solemnidad. No es amigo de bares, y ése es un rasgo casi imperdonable en un pueblo como Aldea. Le gustan los libros y el deporte, y semejantes apegos despiertan todavía desconfianza en cierto sector aldeano.
Sea como fuere, Santiago ha dejado con su retirada una vacante díficilmente asumible por muchos de su agrupación, porque hay que decir en justicia que algunos de éstos no dan en absoluto la talla, y la mejor baza que pueden jugar es ofrecer un papel representativo a las mujeres de sus filas, las cuales pueden tomar con acierto el testigo de la esperanza que Santiago representaba para el pueblo... Pero me gustaría que vieran que Dios no está exclusivamente del lado de los caciques y de los corruptos (que en función del inmenso amor por sus criaturas, lo está sin asomos de dudas), sino también y especialmente del lado de la gente humilde. Dios ama a todos por igual, incluso a ti, Santiago; no lo dudes.
Una alcaldía es una cosa muy seria, y los aldeanos deben reflexionar seriamente lo que van a hacer con la misma.
El jardinero de las nubes.
Muy bien, cada uno ha de mantener nivel de vida que ha conquistado en este valle de lágrimas, pero no utilicéis argumentos que en el futuro se puedan volver espadas de doble filo para vosotros. Ya lo dice un proverbio inglés: "Cuando tú señalas con el dedo, no olvides que hay tres dedos que te están señalando". Y he aquí la paradoja de que los presuntos alcaldes populares resultarían carísimos para nuestra modesta aldea (en número de habitantes, se entiende). Y la competencia que pudieran mostrar los aludidos en el ejercicio de alcalde, me resulta personalmente muy dudosa. No olvidemos que ellos pertenecen a la esfera de los inocentes, los potajes y los jerónimos, que son las familias que más han coadyuvado en el sostenimiento de la estructura cuasi-feudal en que se debate el pueblo desde los últimos decenios del pasado siglo. Y el pueblo se merece sacudirse tan pesaroso yugo.
No soy socialista, pero lamento que Santiago no defienda su candidatura. Ha sido una víctima de la hipocresía del pueblo, precisamente porque él no es hipócrita y no va repartiendo por ahí sonrisas de aceite de almendras para luego asestar puñaladas traperas. Siempre se ha asociado con soberbia su timidez y su solemnidad. No es amigo de bares, y ése es un rasgo casi imperdonable en un pueblo como Aldea. Le gustan los libros y el deporte, y semejantes apegos despiertan todavía desconfianza en cierto sector aldeano.
Sea como fuere, Santiago ha dejado con su retirada una vacante díficilmente asumible por muchos de su agrupación, porque hay que decir en justicia que algunos de éstos no dan en absoluto la talla, y la mejor baza que pueden jugar es ofrecer un papel representativo a las mujeres de sus filas, las cuales pueden tomar con acierto el testigo de la esperanza que Santiago representaba para el pueblo... Pero me gustaría que vieran que Dios no está exclusivamente del lado de los caciques y de los corruptos (que en función del inmenso amor por sus criaturas, lo está sin asomos de dudas), sino también y especialmente del lado de la gente humilde. Dios ama a todos por igual, incluso a ti, Santiago; no lo dudes.
Una alcaldía es una cosa muy seria, y los aldeanos deben reflexionar seriamente lo que van a hacer con la misma.
El jardinero de las nubes.