Estimado señor alcalde : Como quiera que usted ha hecho de su vida una actuación pública, política y religiosa, se encuentra por consiguiente sometido a las críticas del que suscribe, persona igualmente criticable. Notoriedad, notoriedad, notoriedad..., sobre este trípode tan variopinto se han apoyado todos sus afanes en Aldea. Es bello el tañido de las campanitas navideñas: din, don, din, don, din, don; pero usted siempre ha preferido el ronco repicar de los cencerros caprinos: don, don, don, don... Pero poniendo como áurea coda, eso sí, el superlativo de ramo, que así es como se constituye su patriarcal nombre de pila.
No le negaré el impulso que dio en tiempos pretéritos a la cultura aldeana, haciéndose cargo de abrir y cerrar la entonces rudimentaria biblioteca aldeana y de permitirme cumplir el Evangelio en eso que dice de buscar los últimos bancos de la iglesia, pues usted, muy amablemente y con gran dolor de su alma, se plegaba a ocupar siempre los primeros bancos (no fuera que Dios, al que ambos amamos, se lo tuviese en cuenta). Y luego los provechosos seminarios de historia que nos procuraba, al mostrarnos diariamente y hasta la presente, en el mismo ámbito aldeano, los sentimientos que allá por los 30 causaron la escisión que degeneró en la Guerra Civil. Es triste tener que poseer y necesitar de un lado izquierdo en todos los aspectos de la existencia.
Capítulo aparte merece su docto magisterio en tiempos del silogismo "la letra con sangre entra", si bien usted puede vanagloriarse de no haber derramado jamás sangre ninguna. Todo lo más, en esos tiempos de tan magras calefacciones, usted ha calentado su mano (derecha eso sí), tocando beatificamente las mejillas de los ardorosos alumnos. Ya lo decía Víctor Hugo: "En los ojos del joven arde la llama, en los del viejo brilla la luz". Y como buen profesor de religión, no podía dejar de enseñar un libro de la Biblia tan importante como es el de los Proverbios, sobre todo en lo que a su capítulo 23, versículos 12 a 14, concierne. Y tan sabio magisterio había de tener sus ecos, pues me consta que un alto mandatario del colegio ha aplicado en fechas recientes tan sabias lecciones de calientamanos (aunque después se arrepintió, cosa que le honra). Y aquello del ateneo Luis Molina y demás parafernalia, que hizo de usted y, de rechazo, de todos los aldeanos objeto de risión y regocijo fuera del alfoz del pueblo.
Y su humildad nunca parangonada, al asumir dolorosamente el duro trance de prestar su nombre a la residencia de ancianos. Por no mencionar aquella disputada campaña electoral del 99, cuando echó mano de altavoz y aportó datos bastantes para iniciar su proceso de beatificación y posterior subida a los altares para cuando usted nos deje huérfanos de su presencia, que ojalá sea lo más tarde posible.
Después de tan agitada actividad, necesita un merecido descanso y dejar que nueva savia circule por el árbol aldeano. Y de paso llévese a sus diligentes satélites, no sea que actúen a manera de trombos en los vasos leñosos y liberianos de nuestro hermoso árbol aldeano.
Por último, mi gratitud al haber traído una tranquilidad de balneario a nuestras calles, habiendo propiciado la fuga del exceso de población.
Cordialmente suyo,
El jardinero de las nubes.
No le negaré el impulso que dio en tiempos pretéritos a la cultura aldeana, haciéndose cargo de abrir y cerrar la entonces rudimentaria biblioteca aldeana y de permitirme cumplir el Evangelio en eso que dice de buscar los últimos bancos de la iglesia, pues usted, muy amablemente y con gran dolor de su alma, se plegaba a ocupar siempre los primeros bancos (no fuera que Dios, al que ambos amamos, se lo tuviese en cuenta). Y luego los provechosos seminarios de historia que nos procuraba, al mostrarnos diariamente y hasta la presente, en el mismo ámbito aldeano, los sentimientos que allá por los 30 causaron la escisión que degeneró en la Guerra Civil. Es triste tener que poseer y necesitar de un lado izquierdo en todos los aspectos de la existencia.
Capítulo aparte merece su docto magisterio en tiempos del silogismo "la letra con sangre entra", si bien usted puede vanagloriarse de no haber derramado jamás sangre ninguna. Todo lo más, en esos tiempos de tan magras calefacciones, usted ha calentado su mano (derecha eso sí), tocando beatificamente las mejillas de los ardorosos alumnos. Ya lo decía Víctor Hugo: "En los ojos del joven arde la llama, en los del viejo brilla la luz". Y como buen profesor de religión, no podía dejar de enseñar un libro de la Biblia tan importante como es el de los Proverbios, sobre todo en lo que a su capítulo 23, versículos 12 a 14, concierne. Y tan sabio magisterio había de tener sus ecos, pues me consta que un alto mandatario del colegio ha aplicado en fechas recientes tan sabias lecciones de calientamanos (aunque después se arrepintió, cosa que le honra). Y aquello del ateneo Luis Molina y demás parafernalia, que hizo de usted y, de rechazo, de todos los aldeanos objeto de risión y regocijo fuera del alfoz del pueblo.
Y su humildad nunca parangonada, al asumir dolorosamente el duro trance de prestar su nombre a la residencia de ancianos. Por no mencionar aquella disputada campaña electoral del 99, cuando echó mano de altavoz y aportó datos bastantes para iniciar su proceso de beatificación y posterior subida a los altares para cuando usted nos deje huérfanos de su presencia, que ojalá sea lo más tarde posible.
Después de tan agitada actividad, necesita un merecido descanso y dejar que nueva savia circule por el árbol aldeano. Y de paso llévese a sus diligentes satélites, no sea que actúen a manera de trombos en los vasos leñosos y liberianos de nuestro hermoso árbol aldeano.
Por último, mi gratitud al haber traído una tranquilidad de balneario a nuestras calles, habiendo propiciado la fuga del exceso de población.
Cordialmente suyo,
El jardinero de las nubes.