DE CÓMO DISFRUTAR CON CATEGORÍA LA SEMANA SANTA EN ALDEA
En un correo reciente, un buen amigo aldeano me ha dado su opinión acerca de los cambios que de unos años a esta parte percibe en la Semana Santa de Aldea del Rey. Según él, se aprecian mesnadas de gentes en las esquinas, mirando el paso de las procesiones, para a punto continuo salir de estampida hacia los bares. Y en no pocas ocasiones se entablan riñas por apropiarse de un velador o un rincón en la barra.
Cuando yo aún pasaba la Semana Santa en Aldea, pude corroborar los detalles que me comenta mi buen amigo; pude apreciar que muchas presuntas devociones religiosas eran regadas con los ricos caldos tabernarios.
Llegados a este punto, deseo manifestar que no es mi intención malquistarme con el honrado ramo de la hostelería aldeana; sólo quiero cargar las tintas contra aquéllos que menosprecian a los que no frecuentan demasiado los bares.
En mi caso particular, tuve que soportar maledicencias y no pocas filípicas por no visitar los bares en Semana Santa. Querían hacerme ver que la "categoría" se demostraba a pie de barra durante tan señalada época del calendario litúrgico. Quien no frecuentaba los bares entonces, era un insociable, un tacaño, un acomplejado, un apestado y todo aquello negativo que se pudiera decir de una persona. Además me decían que yo me pegaba a las paredes por evitar los encuentros en el centro de la calle.
Y fue que me aconsejaban pasar las horas festivas confinado en los bares y cafeterías, alternando con la gente y consumiendo a manos llenas para demostrar que no era un agarrado con el dinero. ¡Ay de mí como me vieran comer pipas o kicos sentado en un miserable de la Plaza! Con razón llaman "miserables" a los bancos de granito que se ven al lado de las terrazas de los bares. Nada, que por no hacer lo que todo el mundo hacía, cogí peor reputación que el dómine Cabra del "Buscón" de Quevedo.
Ahora ya no paso la Semana Santa en Aldea, y hago con mi tiempo de asueto lo que me da la real y santísima gana. Si me apetece pasear, paseo; si me apetece asistir a una celebración religiosa, allá que voy; si me da por entrar en un bar a tomar un refresco, pues tan ricamente... En una palabra, dejo que mi tiempo discurra placentero a mi antojo.
Atrás quedaron los tiempos de escuchar tanta absurda conseja de los que, según ellos mismos, saben disfrutar como nadie de la Semana Santa aldeana. Vamos a hacer, en honor suyo, un certero decálogo del perfecto disfrutador de nuestra Semana Santa local:
1º Ponte los trapitos conseguidos en las rebajas y los zapatos que más aprieten, eso sí, bien embetunados.
2º No vayas a la iglesia más que para que te bendigan el pertinente ramito de olivo; y si vas, figura lo que puedas con tus atuendos de estreno.
3º Búscate una buena esquina para ver el paso de las procesiones.
4º No dejes que terminen las procesiones; vete pitando para el bar a pillar sitio.
5º Si no encontraras sitio en el bar, apretújate bien, cual si te encontraras en un vagón de metro en hora punta.
6º Disfruta de la atmósfera saturada de humo de tabaco; es sanísimo.
7º Si tienes calor, ajo y agua; que la cerveza corra por las comisuras de tu boca como reguero de sudor en la frente de un edil.
8º Habla de todo menos de Dios, no sea que des una imagen alejada de la mentalidad progre y liberal.
9º Resiste, resiste todo el tiempo que puedas dentro del bar; cuanto más resistas más categoría creerán que tienes, pues los bares se nutren de tu fortuna. Y no hagas caso de los que te invitan a dar una vuelta por el campo en primavera para cambiar de aires; es que no tienen ni un duro los pobrecicos.
10º No lo olvides, hijo mío: en la Semana Santa aldeana la felicidad no se demuestra con un buen comercio, sino con un buen bebercio (y hasta con un buen fumercio).
Quiero manifestar mi escasísimo reconocimiento a aquellos filósofos de taberna (cuando no cómicos de la legua) que tantos desvelos se tomaron por adoctrinarme. Fracasasteis: sigo siendo lo contrario de vosotros..., y me alegro mucho de serlo.
El jardinero de las nubes.
En un correo reciente, un buen amigo aldeano me ha dado su opinión acerca de los cambios que de unos años a esta parte percibe en la Semana Santa de Aldea del Rey. Según él, se aprecian mesnadas de gentes en las esquinas, mirando el paso de las procesiones, para a punto continuo salir de estampida hacia los bares. Y en no pocas ocasiones se entablan riñas por apropiarse de un velador o un rincón en la barra.
Cuando yo aún pasaba la Semana Santa en Aldea, pude corroborar los detalles que me comenta mi buen amigo; pude apreciar que muchas presuntas devociones religiosas eran regadas con los ricos caldos tabernarios.
Llegados a este punto, deseo manifestar que no es mi intención malquistarme con el honrado ramo de la hostelería aldeana; sólo quiero cargar las tintas contra aquéllos que menosprecian a los que no frecuentan demasiado los bares.
En mi caso particular, tuve que soportar maledicencias y no pocas filípicas por no visitar los bares en Semana Santa. Querían hacerme ver que la "categoría" se demostraba a pie de barra durante tan señalada época del calendario litúrgico. Quien no frecuentaba los bares entonces, era un insociable, un tacaño, un acomplejado, un apestado y todo aquello negativo que se pudiera decir de una persona. Además me decían que yo me pegaba a las paredes por evitar los encuentros en el centro de la calle.
Y fue que me aconsejaban pasar las horas festivas confinado en los bares y cafeterías, alternando con la gente y consumiendo a manos llenas para demostrar que no era un agarrado con el dinero. ¡Ay de mí como me vieran comer pipas o kicos sentado en un miserable de la Plaza! Con razón llaman "miserables" a los bancos de granito que se ven al lado de las terrazas de los bares. Nada, que por no hacer lo que todo el mundo hacía, cogí peor reputación que el dómine Cabra del "Buscón" de Quevedo.
Ahora ya no paso la Semana Santa en Aldea, y hago con mi tiempo de asueto lo que me da la real y santísima gana. Si me apetece pasear, paseo; si me apetece asistir a una celebración religiosa, allá que voy; si me da por entrar en un bar a tomar un refresco, pues tan ricamente... En una palabra, dejo que mi tiempo discurra placentero a mi antojo.
Atrás quedaron los tiempos de escuchar tanta absurda conseja de los que, según ellos mismos, saben disfrutar como nadie de la Semana Santa aldeana. Vamos a hacer, en honor suyo, un certero decálogo del perfecto disfrutador de nuestra Semana Santa local:
1º Ponte los trapitos conseguidos en las rebajas y los zapatos que más aprieten, eso sí, bien embetunados.
2º No vayas a la iglesia más que para que te bendigan el pertinente ramito de olivo; y si vas, figura lo que puedas con tus atuendos de estreno.
3º Búscate una buena esquina para ver el paso de las procesiones.
4º No dejes que terminen las procesiones; vete pitando para el bar a pillar sitio.
5º Si no encontraras sitio en el bar, apretújate bien, cual si te encontraras en un vagón de metro en hora punta.
6º Disfruta de la atmósfera saturada de humo de tabaco; es sanísimo.
7º Si tienes calor, ajo y agua; que la cerveza corra por las comisuras de tu boca como reguero de sudor en la frente de un edil.
8º Habla de todo menos de Dios, no sea que des una imagen alejada de la mentalidad progre y liberal.
9º Resiste, resiste todo el tiempo que puedas dentro del bar; cuanto más resistas más categoría creerán que tienes, pues los bares se nutren de tu fortuna. Y no hagas caso de los que te invitan a dar una vuelta por el campo en primavera para cambiar de aires; es que no tienen ni un duro los pobrecicos.
10º No lo olvides, hijo mío: en la Semana Santa aldeana la felicidad no se demuestra con un buen comercio, sino con un buen bebercio (y hasta con un buen fumercio).
Quiero manifestar mi escasísimo reconocimiento a aquellos filósofos de taberna (cuando no cómicos de la legua) que tantos desvelos se tomaron por adoctrinarme. Fracasasteis: sigo siendo lo contrario de vosotros..., y me alegro mucho de serlo.
El jardinero de las nubes.