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ALDEA DEL REY: Al hilo de lo expresado en anteriores comentarios:...

Al hilo de lo expresado en anteriores comentarios:

A menudo se suele juzgar a lo representado por la conducta del representante. Yo no soy quién para juzgar a nadie: tal cosa aprendí de mi convicción cristiana. No he leído el controvertido artículo sobre las “buenas voluntades” y mi vida social en el pueblo no es tan intensa como para reparar en quién me saluda y en quién no, a quién saludo o a quién no. Nunca me resultó sencillo saludar, y acaso ha sido desmesurado el precio que he pagado en Aldea por esta incapacidad. Antoine de Saint-Exúpery (1900-1944) dejó escrito en su hermoso cuento “El principito”: “Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a los demás”. Y en este pueblo se han emitido juicios y condenas en exceso. Nunca hemos tenido la “buena voluntad” de mirar hacia nosotros mismos para autoinculparnos, y por eso la discordia sentó sus reales en nuestra pequeña sociedad aldeana. El sabio oriental Confucio (551 a. C. - 479 a. C.) decía: “El que exige mucho de sí mismo y poco de los demás, estará libre de odio”. Y en todo este tinglado, hay una pauta cristiana mucho más concreta: “No juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, seréis medidos” (Mt 7, 1-2).

Hubo un tiempo en que yo me juzgaba con el rasero con que los demás me juzgaban; precisamente como me juzgaban en este pueblo… Y este juicio me dificultó abundar en mis propios juicios. Poco a poco me cobijé bajo las alas de Dios, y me fue dado entender que nadie con conducta propia tiene derecho a juzgar la conducta de su prójimo, máxime cuando incurrimos con frecuencia en las mismas faltas. Asimismo comprendí que más que juzgar se trata de buscar infatigablemente el amor y la justicia. Así está escrito: “Quien va tras la justicia y el amor, hallará vida y honor” (Prov 21, 21). Justicia y amor… es lo que deseo para nuestro pueblo.

Se alude asimismo en este foro a cómo deberían ser los frutos de la buena voluntad, que no es otra cosa que el amor. Y el amor de Dios (mi modelo a seguir en cuanto a mi conducta hacia el prójimo) beneficia a justos y a pecadores, porque a todos alcanza el sol y la lluvia (Mt 5, 45).

En cuanto a quiénes han de ser los beneficiarios del amor cristiano, una vez más recurro a la Palabra de Dios:

“Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo:

-Sígueme.

Y se levantó y le siguió.

Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos.

Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos:

- ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?

Al oír esto Jesús, les dijo:

-Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mt 9, 9-13).

Lo del famoso “jardinero nuboso” fue un desafío, al tiempo que una ofensa injusta, que únicamente a mí concierne. Y quiero hacer constar en este medio público que me despojo de todo lastre de orgullo herido y concedo mi perdón a nuestro párroco. Por tanto, desearía que no le tuvieran en cuenta ni le recriminaran más por este motivo. Le libero públicamente de la tesitura de pedirme perdón. Yo le perdono de todas veras, porque puede ser que algún día yo necesite ser perdonado.

Sé que mil ojos observan la conducta de los siervos de Dios; sé que a menudo les hacen comparaciones entre lo que predican y lo que practican. No siempre es sencillo practicar lo que se predica. Pero al final los cristianos llegan a reconocer que lo que se predica es bueno, y esto es lo que al fin y a la postre aporta riqueza al alma de cada persona. La práctica constituye un ejemplo valioso, pero ¡cuesta tanto ser un buen practicante! ¡Ojalá yo tuviera el arrojo necesario para llevar a la práctica todo aquello en lo que creo!

Hay buenos y malos sacerdotes, como compete al género humano. Siempre es bueno prestar oídos a aquel que intenta hacer algo y reconoce sus faltas y limitaciones. Pero aquel que se tiene por modelo de perfecciones, se enciende en fervorosas alabanzas propias y recrimina a su prójimo sin ser consciente de sus propias faltas…, de ése es necesario emprender rápida huida.

Agradeciendo todas las amistosas alusiones a mi persona, les ofrezco un nuevo pasaje bíblico a modo de corolario, en la confianza de que les sirva para dilucidar las intenciones de Dios en comparación con las intenciones de algunos hombres:

“En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo:

- En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.

Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencia por la calle y que la gente los llame "maestro".

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos.

Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.

No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo.

El primero entre vosotros será vuestro servidor.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23, 1-12).

El jardinero de las nubes.
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