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ALDEA DEL REY: Los rayos del astro de la noche se unieron para darte...

Los rayos del astro de la noche se unieron para darte forma. Había llovido la tarde que te encontré en el cerro de la Higuera, pero las nubes se abrieron y tú capturaste un rayo de sol para llamarme la atención. ¡Eras tan bonita, piedra de luna! Y estabas tan sola como yo, en medio de otras rocas de sobrehaces apagadas; tan sola como yo, en medio de mi juventud y de mis semejantes.

A partir de entonces estuviste conmigo en muchas partes. Me sentía reconfortado al llevarte conmigo en mis excursiones campestres. Si alguien me salía al paso en mitad de aquellas soledades, yo te acariciaba en el fondo de mi bolsillo, y me infundías con tus cálidos rayos el valor que entonces me faltaba y que aún me falta. Piedra de luz, te llegué a utilizar como pisapapeles cuando todavía escribía con tinta y papel. Te mantuve oculta siempre; eras para mí como el símbolo de una esperanza que no sabía precisar. Nunca llegué a creer, después de décadas juntos, que algún día nos separaríamos.

Ese día ha llegado. Estoy lamentando tu ausencia, piedra de luna, pero el consuelo me viene cuando sé que serás para una jovencita de Aldea lo que para mí fuiste en mitad de los reinos de mi soledad. No puedo pedirte que seas para ella lo que tú has sido para mí a lo lo largo de esta vida que jamás pedí vivir, pero a través de ti y de quien te va a poseer pido a Dios que bendiga a toda la juventud aldeana, yo, el más indigno de los aldeanos, para que jamás sufra como yo cuando era joven.

Y no eres sólo una piedra. Piedra era la que sirvió de cabezal a Jacob en su sueño de la escalera que ascendía a los cielos (Gn 28, 11-22). Piedra era la que le dio la victoria a David frente a Goliat (1 Sm, cap. 17). Piedra era la que redujo a polvo la estatua del sueño de Nabucodonosor y que después dio lugar a una montaña (Dn, cap. 2).

Piedra de luz, ya saben la jovencita y su padre el sitio secreto donde te he dejado. ¿Irán a por ti? Yo sólo sé que tú y yo jamás volveremos a reunirnos.

En el ayer, alguna lágrima mía mojó tu resplandeciente superficie.

El jardinero de las nubes.