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ALDEA DEL REY: Sentí tu miedo como si fuera mío, y me hiciste olvidar...

Sentí tu miedo como si fuera mío, y me hiciste olvidar los otros temores de mi vida. Mi voz no tenía eco, y aun así me atreví a llamarte, último vestigio de esperanza que le quedaba a este pueblo que tuvimos el desatino de amar. Te llamé con entusiasmo. Sentiste lástima de verme clamando en despoblado, y acudiste a la voz de mi llamamiento.

El cielo te hizo olvidar tu dolor y tus temores. Quisiste hacerte mi amigo cuando sabías que yo no tenía ninguno. Empecé a rezar por ti, conmovido al ver que abandonabas tu lecho de dolor para dar cumplimiento a mi esperanza. Te rogué por la placita de la Cruz, y prometiste no derrumbar el sol de mi infancia; te pedí por la luz de la pequeña parroquia, y fuiste el único en decir que velarías por ella; te hablé de las aguas y las nubes de la Higuera, del cielo limpio y de los campos floridos, y tú mismo te prestaste a asumir la tarea de preservarlos. Valía la pena intentarlo. Un sueño hermoso en la tierra del sueño imposible.

Tu fracaso fue mi fracaso. Tuvimos que dejar que la paloma se alejara del campanario, y comprendimos que ya no podíamos derramar lágrimas por una tierra que se hacía ignorancia de las mismas. Entonces yo quise llorar por ti, porque la valentía de luchar contra la muerte y el fracaso me conmueve hasta la más íntima entraña. Quise llorar, aunque sabía que de mis ojos ya no nacían lágrimas... Pero tú seguirías ahí y aprenderías a admirar la flor que adoraba tu desconocido amigo.

Y en primavera subiste al cerro con los brazos cargados de flores, henchido tu pecho de honda gratitud. Acaso yo también esté sufriendo y desee subir al cerro a mi vez, en pos del tesoro de las lágrimas de alivio. Es posible que se apiade de mí quien llenó tu corazón de consuelo y alegría. Nadie esperaba que de tus labios saliera una oración, y ahora, al considerarlo, me doy cuenta de que yo tampoco esperaba que mis ojos destilaran una sola lágrima... y aquí la tienes por fin.

El jardinero de las nubes.