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ALDEA DEL REY: Sofiama es una gran autora y amiga, muy apreciada en...

Sofiama es una gran autora y amiga, muy apreciada en el mundillo literario, cuya identidad es tan secreta como la de quien suscribe. Recomiendo la lectura de sus cuentos a todos aquellos que gusten de la buena literatura. Su enlace es:

http://www. loscuentos. net/cuentos/local/sofiama/

Inocencia es un personaje cautivante, que les invito a que conozcan a través de los relatos de la autora. Tan fascinado quedé con Inocencia, que me he atrevido (con permiso de su creadora, claro está) a hacer un pinito literario con tal personaje. Las circunstancias de mi relato son muy actuales; de hecho acontecieron ayer mismo. Tengo a bien ofrecerlo a la consideración de todos ustedes, una vez que Sofiama ya ha tenido la gentileza de leerlo y dar vía libre para su publicación:

INOCENCIA EN LA GRAN EXPOSICIÓN DEL AGUA

Inocencia llevaba un año viviendo en España. Vivía con unos tíos suyos en la hermosa ciudad de Zaragoza. Cuando acabara su curso en la escuela, regresaría a Ficticia.

Se había hecho muy amiga de una niña llamada Greta. Y Greta tenía dos hermanos: uno se llamaba Tomás y era camionero, en tanto que el otro respondía al nombre de Andrés y estudiaba los últimos cursos de derecho en la universidad.

Inocencia siempre recordaría el paseo que Tomás le dio a las dos niñas en su camión: recorrieron los lugares más pintorescos de la capital del Ebro. Inocencia se sentía en la cabina del vehículo como si fuese a lomos de una nube. Visitaron las cercanías de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar y se dieron además un garbeo por la zona de la Exposición del Agua, que estaba punto de ser inaugurada. Tomás derrochaba simpatía, ingenio y buen humor, e Inocencia no pudo por menos de cobrarle un gran afecto. Sabía que estaba casado con una bella mujer que tenía la enfermedad de los huesos de cristal. Ella nunca podría trabajar. Se llamaba Amparo y tenía 27 años. Tomás la cuidaba con mimo y devoción; pasaba con ella todos los ratos libres que le permitía su duro oficio de transportista.

La personalidad de Tomás contrastaba enormemente con la del otro hermano de Greta. Andrés siempre tenía cara de disgusto tras su barba nazarena. No le gustaba cómo estaba organizada la sociedad: a todo le ponía pegas y veía en la política una fuente inagotable de corrupciones y perversidad. Siempre andaba rumiando maldiciones hacia toda la estructura del Estado. Parecía que no estaba muy contento de vivir.

Uno de los últimos días de la primavera de 2008 se verificó una huelga de camioneros por causa de una alta subida en el precio de los carburantes. Tomás era un trabajador autónomo y a duras penas lograba salir adelante: le agobiaba todo lo que tenía que pagar al mes por el camión y por el piso donde vivía con su esposa. Para él, la subida del carburante era casi una condena a muerte. Se sumó a huelga en la esperanza de ver mejorada su situación de transportista autónomo. Formó parte de un piquete, y participó en una cruenta refriega contra las Fuerzas de Orden Público. Vio cómo su camión era devorado por culpa de un cóctel molotov que había arrojado con desacierto uno de sus compañeros huelguistas. Queriendo salvar su herramienta de trabajo, se metió en la cabina justo cuando el depósito de combustible estallaba en un intenso fogonazo. Su muerte fue tan súbita que no le dio tiempo a notar el dolor que deberían haberle causado las espantosas quemaduras.

Todos lloraron en casa de Greta. Inocencia también se sumó al dolor de la desdichada familia. No pudo evitar sentir que el corazón se le partía cuando, al término del entierro de Tomás, la pobre Amparo se quejaba de la amarga situación en que quedaba tras la muerte de su esposo. ¿Cómo podría ella sobrellevar, enferma e incapacitada para el trabajo, el pago del camión siniestrado y del piso donde vivía? Ciertamente, sus lágrimas eran amargas por partida doble.

No ha habido injusticia en este mundo a la que Inocencia no supiera poner remedio. Y no se iba a andar por las ramas: imploraría auxilio a las altas instancias de la nación, aprovechando que al día siguiente, 13 de junio de 2008, se iba a proceder a la inaguración de la gran Exposición del Agua en Zaragoza. Nadie que albergara un corazón entre las costillas, podría mostrarse insensible ante el clamor de una viuda enferma y desconsolada.

Inocencia decidió no participarle su proyecto a Greta. La tarde del 13 de junio se encaminó decididamente al recinto de la exposición. Para comprarse la entrada tuvo que invertir todo el dinero que había ahorrado en la hucha de barro que se trajo de Ficticia. Se notaba calor en el ambiente, pero la proximidad del agua mitigaba tan opresiva sensación. La exposición era una auténtica belleza: regatos azules, ingenios hidráulicos, briosas construcciones, acuarios con aguas de los distintos ríos del mundo, pabellones de una belleza enigmática... La sorpresa de Inocencia fue mayúscula. Aun así, sus ojos iban en pos de su objetivo primigenio... Y apareció al final, rodeado de un estrecho cordón de seguridad: ora aquí se veía a los presidentes de las comunidades autónomas, ora allá a las gentes influyentes y demás autoridades. Y de pronto apareció la Familia Real, secundados ellos por el Presidente del Gobierno y el Presidente de México, que estaba de visita oficial en España. Inocencia recordó aquel proverbio que uno de sus maestros le refiriera y que venía a decir que el gorrión sentía lástima del pavo real por tener que arrastrar tanta cola.

Tuvo lugar la recepción de rigor, y se dio inicio a las actividades de la exposición. Inocencia consiguió arrimarse a una valla de separación, más allá de la cual se encontraban las autoridades. Cuando la Familia Real se acercara, Inocencia se desgañitaría para recabar la atención de ellos.

En tanto que aguardaba el momento oportuno, Inocencia vio junto a sí un hombre que llevaba el ramo de rosas rojas más grande y bonito que jamás contemplaran sus ojos.

Cautivada por tanta belleza floral, Inocencia olvidó momentáneamente su propósito y elevó su mirada hasta las facciones del hombre que portaba el ramo. La sorpresa hizo que la saliva se le atascara en la tráquea. ¡Andrés! ¿Qué hacía aquí?

Cuando Inocencia le llamó la atención, su ya de por sí adusto semblante se puso pálido como un lienzo. Había espanto en la profundidad de sus ojos. Un rayo caído a sus pies no le hubiera producido mayor estupefacción. ¡Inocencia aquí!

De repente, hizo acto de presencia la Princesa de Asturias, que llevaba en brazos a su hija pequeña. Inocencia retomó su proyecto y la llamó a grito pelado, con tanta vehemencia que la interpelada no pudo por menos de acercarse. Realmente la princesa recordaba que no hacía mucho tiempo ella estuvo al otro lado de la valla que separaba al pueblo de la realeza.

Inocencia dejó de lado toda timidez y en pocas palabras la puso al corriente de la desgracia que se había cernido sobre la viuda de Tomás. Los ojos de la princesa brillaron conmovidos. Inocencia le pidió ayuda, y, para dar más énfasis a sus palabras, añadió:

-Aquí está el hermano de Tomás.

La princesa se quedó mirando el precioso ramo de rosas rojas, pensando que era para ella. Pero Andrés lo mantuvo junto a su pecho. La princesa vio un gesto desabrido en sus labios rodeados de barba, y, tras darle un beso a Inocencia y prometerle ayuda para Amparo, siguió adelante su camino, en tanto que su hija pequeñita no apartaba los ojos de las rosas rojas.

-Vámonos de aquí -manifestó Andrés con un hilo de voz.

Inocencia siguió tras sus pasos. Una duda le asaltaba, y no pudo por menos de consultársela:

- ¿Por qué no le has dado el ramo a la princesa?

-En verdad, el ramo era para ella -repuso Andrés-. Pero cuando te vi a ti, vi sus ojos y los de su niña no pude dárselo.

- ¿Por qué? -inquirió Inocencia.

-Porque quise herir a la sociedad, que tanto detesto, y quise hacerlo en su cabeza visible. Me encontraba dolido por la muerte de Tomás. Y he descubierto que mis derechos no valen más que la pureza de unos ojos llenos de amor... Dentro del ramo había un explosivo con temporizador.

Inocencia le agarró la mano que llevaba libre, y se la estrechó con cariño.

-La muerte no se paga con la vida -dijo casi en un susurro-. Cuando le quites el explosivo al ramo..., ¿me lo regalarías?

En el cielo anochecido brillaban las luces engendradas en las aguas. Una lágrima corrió a esconderse en la hirsuta barba de Andrés.

Inocencia regresó a Ficticia con la felicidad de que la Princesa de Asturias había cumplido su palabra.

El jardinero de las nubes.