Ofertas de luz y gas

ALDEA DEL REY: - ¡Niño! ¿"Ande" para tu padre?...

- ¡Niño! ¿"Ande" para tu padre?

Yo había abierto la puerta sin vacilamientos ante tan insistentes aldabonazos. Me echó una cara que me levantó el susto, con esa boina mugrienta, esos ojos turbios por el alcohol, esa boca desguarnecida de dientes... El susto no fue para descrito, y quise cerrarle la puerta en las morronudas narices. Pero él interpuso su manaza con una fuerza que se me antojó homicida.

- ¡Niño, no me "arrempujes" la puerta y dile a tu padre que asome la jeta! -me espetó con su voz estertorosa.

-No está en casa -respondí medroso, y respondí la verdad.

- ¡Pues ya me le estás diciendo cuando vuelva que suelte la "caja puros" que me prometió! Quiero que me los vean fumando por la Feria para que vean que he "subío" de categoría.

Sentí que me mareaba; su aliento era una destilería. Pero él mismo tiró de la puerta para cerrarla.

Se lo conté a mi padre a su regreso, y me dijo que no le volviera a abrir la puerta porque andaba tocado del ala y podía ser peligroso.

¡Válgame Dios! Lo teníamos a todas horas dándole arremetidas al aldabón. Cuanto más apogeo adquiría la Feria, mayores eran sus insistencias... Ya mi padre, al filo de la desesperación, me tuvo que mandar al estanco a comprar la dichosa caja de puros.

Curiosamente, y por una nueva ausencia de mi padre, yo fui quien se la dio en su siguiente intentona. Me sonrió con dos caninos y medio palatal, renegridos como viejas fichas de dominó, mientras le hacía entrega del obsequio que más bien parecía un pago atrasado.

-Así me gusta, nene -dijo acariciando la caja-. Dile a tu padre que "anque" no cague oro lo que se me dice se me tiene que cumplir. "Ara" me voy "anca" Copita a fumarme cinco seguidos.

¡Y váyase con Dios!, dije para mis adentros, mientras lo veía alejarse. Iba haciendo eses sobre los adoquines, y llevaba la caja de puros aprisionada en el hueco del brazo. Su chaqueta parecía que se la habían cagado los pájaros de tantos lamparones como exhibía. Le esperaba la Feria; los aldeanos estaban a punto de verle dándose ínfulas con los purascazos obsequiados.

Hoy el pobre hombre, quizá de tanto fumar puros, ya está en el descanso de Dios.

Tanto miedo me hizo pasar, que aprendí que siempre es bueno cumplir la palabra empeñada.

El jardinero de las nubes.