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ALDEA DEL REY: Es una tarde de enero que parece de mediados de marzo....

Es una tarde de enero que parece de mediados de marzo. El corazón rechaza pensar en enfermedades o en las amarguras que jalonan la vida.

Condúceme, pensamiento, a una tarde de septiembre, sentado junto a la orilla del estanque de la pradera del Cortijillo.

Dejé mi bicicleta escondida entre los matorrales, atravesé el pórtico de aquellos majestuosos árboles y me allegué junto al estanque de agua verdinosa. Las cochinillas atravesaban esa sopa de algas merced a la tensión superficial del agua. El cielo era tan azul como mi tristeza, y el sol llenaba de oro y misterio el distante horizonte de Levante. Era joven, y entonces pensaba que la soledad era una enfermedad, signo inequívoco de locura. Ansiaba encontrar una curación, y a fuerza de no encontrarla llegué a la conclusión de que yo y la soledad somos hojas de un mismo árbol.

En aquella ocasión vislumbré otra bicicleta bajando por la cuesta del carreterín, y mi alma, temerosa de toda cura, me impulsó a ocultarme asimismo entre los matorrales.

Era una chica. Arrimó su bicicleta junto al árbol que daba sombra al estanque, muy cerca del exhausto manantial, y ocupó el sitio que yo acababa de abandonar. Era una chica preciosa, de ésas que la emigración de sus progenitores convirtió en forasteras, aunque tuvieran sus raíces profundamente ahondadas en Aldea. Sus cabellos, de un rubio ceniza, encontraban un peine etéreo en la brisa de la tarde. Su piel era un lirio coloreado por el sol de la picina. Sus ojos parecían verdes entre las sombras, y sus labios tan rosados como el fruto de la tierra.

Imaginé que yo me aproximaba a su vera y que me era permitido sumergirme en las ondas rubias de su cabellera para encontrar el paraíso que sus jóvenes labios prometían... Pero no: las hojas del matorral me brindaron su refugio, y desde el aire una especie de voz me susurró al oído que ese sueño hermoso jamás trascendería el plano de la realidad.

Comenzaba el crepúsculo cuando la chica echó mano de su bicicleta para regresar al pueblo.

Yo no me atreví a salir de los matorrales hasta que ella desapareció tras la cuesta del carreterín.

El jardinero de las nubes.