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ALDEA DEL REY: Estimados Sonrisa y Alter Ego (aprovecho para dirigirme...

Estimados Sonrisa y Alter Ego (aprovecho para dirigirme a los dos):

Realmente tus reflexiones, Sonrisa, son muy acertadas y dignas de tenerse en cuenta. A menudo he pensado sobre esta cuestión, y me he dado cuenta de que lo que en la tierra se ata no siempre es lo que se ata en el cielo (Mt 18, 18). Por lo general, en estos días y en los siglos anteriores el acceso a la santidad no obedecía tanto a una conducta intachable cuanto que a una auténtica campaña de “marketing espiritual”, por así denominarlo.

Pondré algunos ejemplos:

Cuando Francisco de Asís estaba en la agonía, era acechado por gentes de la vecina Perugia, al objeto de secuestrarlo y conseguir que muriera en su ciudad. En la Edad Media, económicamente hablando, nada enaltecía tanto a una ciudad como albergar la tumba de un Santo (peregrinaciones, romerías, ceremonias religiosas, etcétera). Actualmente un Santo resulta más rentable que un Beato. El ejemplo lo tenemos en José María Escrivá de Balaguer, que en el corto lapso de diez años desde su beatificación, ha subido a los altares. A mí personalmente, no me pareció muy fiable el motivo por el cual le hicieron Santo. Yo pienso más bien que a la Orden le interesaba una escalada más en el poder que ya de suyo contaba, y nada mejor que tener un Santo que los abanderara. Esto me hizo sentir hasta vergüenza de la Iglesia Católica, de la cual soy aliado pero no integrante. Pienso yo que en un sentido honesto nadie es santo porque la presión de las masas (e incluso del dinero) así lo decida, sino porque Dios le ha tocado el corazón. Así, está escrito: “Sólo Dios conoce el corazón de los hombres” (1 Re 8, 39). Pero ocurre con frecuencia que aquello que Dios ve, queda oculto a los ojos de los humanos; de ahí que haya toda una legión de santos en el anonimato, de todas las razas y condiciones sociales.

Volviendo a lo anteriormente expuesto, con los Santos se puede hacer un auténtico mercado. Recuerdo cuando visité la iglesia del Gesú Nuovo, en Nápoles, precisamente en el barrio español. Me impactó la mercadería que tenían montada en el interior del templo en torno a la figura de Giuseppe Moscati, conocido como el médico santo de Nápoles. Sólo les faltaba vender auriculares de mp3 con la efigie de este santo. Me pareció muy triste la idolatría por el simple afán de lucro. Y no hablemos del Vaticano. Allí las riquezas son incontables; no casan en absoluto con el concepto de Iglesia establecido por Jesús. En la escena final de la película “Las sandalias del pescador”, el papá Cirilo (protagonizado por un impecable Anthony Quinn) comunica al mundo, desde la Plaza de San Pedro, su intención de hipotecar el patrimonio artístico de la Iglesia para atender a las necesidades de los desfavorecidos. Si nos ponemos a pensar, Italia acapara ella sola la mitad del patrimonio artístico mundial, y se puede decir que gran parte del mismo es de inspiración sacra. Y no hablemos de los escándalos que en los setenta sacudieron al Banco Ambrosiano, la banca del Vaticano. No me gusta que la Iglesia caiga en los vericuetos del agiotaje.

Aunque yo no me considere integrante de la Iglesia, me considero su aliado porque pienso que su herencia es sublime. Efectivamente, la considero heredera de la Iglesia fundada por los primeros cristianos. Y expreso el motivo: en vista del auge que estaban adquiriendo los cristianos durante el primer siglo de nuestra era, Gamaliel, miembro del Sanedrín, manifestó lo siguiente ante tal Consejo: “En este caso mi consejo es que no os preocupéis de estos hombres y los dejéis en paz; porque, si su empresa y su obra es humana, se desvanecerá; pero si procede de Dios, no podréis destruirla. No corráis el riesgo de luchar contra Dios” (Hch 5, 38-39). Aunque mi soledad como creyente sea grande, pienso que la Iglesia Católica, con su lastre de errores y aciertos, ha sobrevivido al paso de los siglos. He aquí la mano de Dios. Por eso creo en su legitimidad, aunque hay cosas que no me gusten de ella. Yo tampoco soy perfecto y pido que Dios me oriente.

Se me viene a la memoria, Sonrisa, una homilía del antiguo párroco de Aldea. Sé que me expongo a críticas, como diría Betelgeuse, pero de las personas se sacan cosas buenas y malas, y es conveniente sacar provecho de las buenas. No fui a muchas misas de don José Luis, pero permanece en mi memoria esta anécdota que contó basada en hechos reales:

Había un pobre gañán que no sabía ni leer ni escribir y que apenas si ganaba lo suficiente para sacar adelante a su familia. Por las mañanas, antes de que alumbrara el sol, acudía a la iglesia y pasaba una hora delante del Santísimo, en completo silencio. Al anochecer, tras una agotadora jornada en el campo, el gañán volvía a la iglesia y se estaba otra hora delante del Santísimo, en completo silencio. Un buen día, el párroco, intrigado a más no poder, le preguntó qué era lo que hacía delante del Santísimo si no venía a rezar. Y el gañán respondió de un modo simple: “Vengo a ver al Señor y a que el Señor me vea a mí; para esto no necesito saber rezar”… A mi juicio, éste es un bello ejemplo de santidad. Un santo anónimo, de la más humilde extracción.

Con esto concluyo: yo creo que el amor a Dios es un asunto personal entre Él y nosotros. El amor no se puede mediatizar. Jesús dejó dicho cómo quería Dios que lo amaran: “Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad” (Jn 4, 23-24).

Amor en el espíritu, amor en la verdad… Tales son, a mi juicio, las claves de la santidad. Y esto es algo que acaso no entiendan los poderes temporales, ésos que deciden lo que es recto desde un punto de vista legal y a quién es conveniente cubrir de honores y reconocimiento. ¿Acaso no está escrito: “El lenguaje de la cruz es locura para los que se pierden, y salvación para los que creen” (1 Cor 1, 18)?

Un abrazo a los dos, queridos amigos.

El jardinero de las nubes.
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