En la
antigüedad, la cultura de las rosas constituía una
tradición y la base de la jardinería. Confucio nos describe las rosaledas del
palacio imperial de Pekín, que en la época de la floración desde el mes de mayo a junio expedían en el aire su intenso perfume, de forma que el paseante aspiraba su perfume y quedaba tan embriagado que perdía la noción del tiempo e incluso la voluntad, deseando quedarse allí para siempre.