SAN MILLáN DE LA COGOLLA
(12 noviembre)
De los santos antiguos, con frecuencia tenemos pocos datos documentales, y, a veces, confusos. Pero eso no impide el que podamos llegar a conocer con certeza muchos detalles de sus vidas a través de relatos posteriores, que recogen tradiciones transmitidas oralmente, durante mucho tiempo. Esto nos ocurre con San Millán de la Cogolla.
La fecha más segura de su vida es la de su muerte, acaecida hacia el año 574, cuando contaba unos cien años de edad.
Su primer biógrafo fue San Braulio de Zaragoza, que tuvo noticias de él a través de testigos directos. Unos siglos más tarde, un ilustre paisano de San Millán, Gonzalo de Berceo, nos dice que, "con toda certeza, había nacido en su pueblo, Berceo".
De ambos podemos extractar los rasgos más sobresalientes de su vida. Fue, en sus primeros años, pastor de ovejas. Cuando tenía unos veinte años, determinó retirarse a la soledad para dedicarse a la oración. Comprendiendo que para ello debía tener una preparación y una dirección de un maestro, se dirigió a un santo monje que moraba cerca de su tierra, que le instruyó y preparó adecuadamente.
Fortalecido con la virtud y enseñanzas de su maestro, Millán se retiró de nuevo a su soledad, donde pasó unos cuarenta años.
Extendida su fama de santidad por las regiones vecinas, su obispo lo llamó para hacerlo sacerdote. Millán no se sentía apto para tal ministerio, y estuvo tentado de huir a otras tierras. Al final, se convenció de que debía obedecer y fue nombrado párroco de su pueblo natal.
Allí prosiguió su vida ejemplar. A la oración y penitencias unió su dedicación a los fieles que le habían encomendado. Se distinguió por su pobreza. Convencido de que lo principal era atender a los pobres, a ellos dedicó gran parte de los bienes de su Iglesia. Fue denunciado al obispo de que derrochaba estos bienes, lo que consiguió que se le privara de la parroquia. San Millán sufrió los reproches con humildad. Y, en lugar de defenderse, se retiró de nuevo a la soledad para continuar con su vida de oración y penitencia, que tanto deseaba. Así convirtió en premio el supuesto castigo que se le imponía.
(12 noviembre)
De los santos antiguos, con frecuencia tenemos pocos datos documentales, y, a veces, confusos. Pero eso no impide el que podamos llegar a conocer con certeza muchos detalles de sus vidas a través de relatos posteriores, que recogen tradiciones transmitidas oralmente, durante mucho tiempo. Esto nos ocurre con San Millán de la Cogolla.
La fecha más segura de su vida es la de su muerte, acaecida hacia el año 574, cuando contaba unos cien años de edad.
Su primer biógrafo fue San Braulio de Zaragoza, que tuvo noticias de él a través de testigos directos. Unos siglos más tarde, un ilustre paisano de San Millán, Gonzalo de Berceo, nos dice que, "con toda certeza, había nacido en su pueblo, Berceo".
De ambos podemos extractar los rasgos más sobresalientes de su vida. Fue, en sus primeros años, pastor de ovejas. Cuando tenía unos veinte años, determinó retirarse a la soledad para dedicarse a la oración. Comprendiendo que para ello debía tener una preparación y una dirección de un maestro, se dirigió a un santo monje que moraba cerca de su tierra, que le instruyó y preparó adecuadamente.
Fortalecido con la virtud y enseñanzas de su maestro, Millán se retiró de nuevo a su soledad, donde pasó unos cuarenta años.
Extendida su fama de santidad por las regiones vecinas, su obispo lo llamó para hacerlo sacerdote. Millán no se sentía apto para tal ministerio, y estuvo tentado de huir a otras tierras. Al final, se convenció de que debía obedecer y fue nombrado párroco de su pueblo natal.
Allí prosiguió su vida ejemplar. A la oración y penitencias unió su dedicación a los fieles que le habían encomendado. Se distinguió por su pobreza. Convencido de que lo principal era atender a los pobres, a ellos dedicó gran parte de los bienes de su Iglesia. Fue denunciado al obispo de que derrochaba estos bienes, lo que consiguió que se le privara de la parroquia. San Millán sufrió los reproches con humildad. Y, en lugar de defenderse, se retiró de nuevo a la soledad para continuar con su vida de oración y penitencia, que tanto deseaba. Así convirtió en premio el supuesto castigo que se le imponía.