España está atravesada de norte a sur por 125.000 kilómetros de vías pecuarias, entre cañadas reales, cordeles, veredas y coladas, y cada uno de estos caminos de tránsito de ganado conserva abrevaderos, descansaderos, contaderos, esquiladeros, tainas, majadas y otras infraestructura que facilitaban la labor de los pastores trashumantes. Esta retícula de caminos pastoriles ocupa en su conjunto una superficie aproximada de 400.000 hectáreas, la extensión de toda la sierra riojana y la mitad de su valle.
La Rioja mantiene tramos de cuatro cañadas reales –Segoviana, Soriana Occidental, Soriana Oriental y Galiana- y toda la red pecuaria transcurre por 2.280 kilómetros, según el inventario realizado por la Dirección General de Medio Natural.
Estos datos dan muestra de la importancia que la cultura trashumante ha tenido en la historia económica, cultural y ecológica del país y también del nutrido patrimonio que se ha regenerado como consecuencia de esta actividad ganadera, este modo de vida.
En mayo del año pasado se celebraron en La Rioja unas jornadas que, bajo el título ‘Trashumancia, Cañadas y Desarrollo Rural’, pusieron de manifiesto los problemas de supervivencia que atraviesa actualmente la trashumancia y del importante papel de las cañadas como generadoras de recursos medioambientales.
Algunas de las reflexiones allí expuestas ayudarán al lector a aproximarse a esta actividad con más de mil años de antigüedad y que, de no ponerse remedio, no sobrevivirá al siglo XXI.
El desplazamiento alternativo y periódico de rebaños entre regiones de diferente clima - la trashumancia- está generado por la necesidad de buscar los lugares más apropiados para la alimentación de los ganados. “Esta circunstancia –señala Julio Grande en su ponencia- ha obligado al aprovechamiento de los pastos de montaña en el verano, teniendo que buscar zonas más templadas cuando los rigores del invierno hacían imposible la alimentación de los animales. Así se iniciaban los desplazamientos de invernada hacia el sur, donde se mantenían los rebaños hasta que el agostamiento de los herbajes obligaba de nuevo a emprender el camino de regreso”.
Este camino de ida y vuelta lo hacían cada año más de tres millones de cabezas de ganado ovino por alguna de las ocho cañadas reales que surcan al país de norte a sur. Un movimiento migratorio que trajo consigo un desarrollo económico de gran trascendencia en los siglos XII y XIII como consecuencia del comercio –incluso transoceánico- de la lana de las ovejas merinas. Su culminación fue la creación en 1273 de la Mesta, organización gremial de ganaderos trashumantes con enorme poder y privilegios reales.
A finales del siglo XIX comienza a vislumbrarse una crisis de la ganadería ovina –y en consecuencia de la actividad trashumante- que se constata definitivamente durante el siglo pasado. Hoy los principales esfuerzos se encaminan por recuperar el importante y rico patrimonio cultural que nos ha dejado esta actividad ganadera y en reivindicar el papel ecológico y medioambiental de las vías pecuarias. Y su reutilización, también, por sus creadores, los pocos trashumantes que quedan. Que no sean en un futuro sólo un camino por el que hacer senderismo.
La Rioja mantiene tramos de cuatro cañadas reales –Segoviana, Soriana Occidental, Soriana Oriental y Galiana- y toda la red pecuaria transcurre por 2.280 kilómetros, según el inventario realizado por la Dirección General de Medio Natural.
Estos datos dan muestra de la importancia que la cultura trashumante ha tenido en la historia económica, cultural y ecológica del país y también del nutrido patrimonio que se ha regenerado como consecuencia de esta actividad ganadera, este modo de vida.
En mayo del año pasado se celebraron en La Rioja unas jornadas que, bajo el título ‘Trashumancia, Cañadas y Desarrollo Rural’, pusieron de manifiesto los problemas de supervivencia que atraviesa actualmente la trashumancia y del importante papel de las cañadas como generadoras de recursos medioambientales.
Algunas de las reflexiones allí expuestas ayudarán al lector a aproximarse a esta actividad con más de mil años de antigüedad y que, de no ponerse remedio, no sobrevivirá al siglo XXI.
El desplazamiento alternativo y periódico de rebaños entre regiones de diferente clima - la trashumancia- está generado por la necesidad de buscar los lugares más apropiados para la alimentación de los ganados. “Esta circunstancia –señala Julio Grande en su ponencia- ha obligado al aprovechamiento de los pastos de montaña en el verano, teniendo que buscar zonas más templadas cuando los rigores del invierno hacían imposible la alimentación de los animales. Así se iniciaban los desplazamientos de invernada hacia el sur, donde se mantenían los rebaños hasta que el agostamiento de los herbajes obligaba de nuevo a emprender el camino de regreso”.
Este camino de ida y vuelta lo hacían cada año más de tres millones de cabezas de ganado ovino por alguna de las ocho cañadas reales que surcan al país de norte a sur. Un movimiento migratorio que trajo consigo un desarrollo económico de gran trascendencia en los siglos XII y XIII como consecuencia del comercio –incluso transoceánico- de la lana de las ovejas merinas. Su culminación fue la creación en 1273 de la Mesta, organización gremial de ganaderos trashumantes con enorme poder y privilegios reales.
A finales del siglo XIX comienza a vislumbrarse una crisis de la ganadería ovina –y en consecuencia de la actividad trashumante- que se constata definitivamente durante el siglo pasado. Hoy los principales esfuerzos se encaminan por recuperar el importante y rico patrimonio cultural que nos ha dejado esta actividad ganadera y en reivindicar el papel ecológico y medioambiental de las vías pecuarias. Y su reutilización, también, por sus creadores, los pocos trashumantes que quedan. Que no sean en un futuro sólo un camino por el que hacer senderismo.