Hace años, se acostumbraba en Alhambra, por las fiestas, hacer un cercado de carros, a modo de plaza de toros,en el espacio amplio que había delante del ayuntamiento. En esta improvisada plaza solían soltar alguna vaquilla de esas testaduras, que arremeten contra todo bicho viviente.
En el pueblo, los muchachos más "aterminaos", solían saltar al ruedo con un paño , a modo de capote y le intentaban dar algún quite a tan terrible enemigo. El lance terminaba, casi siempre, con alguna costilla lastimada, la ropa de los domingos hecha jirones y varios moratones por aquí y por allá de la geografía humana.
Habitaba por aquél tiempo en el pueblo un muchacho elegante y algo gallito, que presumía de ser torero y decía que él podía se el "Arruza Alambreño" (bien es sabido que por esos años Carlos Arruza destacaba como uno de los mejores espadas nacionales).
Llegó el día de la fiesta y los encargados de traer las vaquillas consideraron que dado que ivan a tener un "espada" entre los aficionados, lo mejor sería traer ganado del bueno.
El tal muchacho al ver semejante "bicho", con unos cuernos tan grandes y con cara de mala uva; parece que le entró el tembleque. Tuvo que ser empujado al ruedo; pero el valor que presumía tener habíase evaporado como por encanto.
Embistiole el animal, como si fuera el expreso de Andalucía y el pobre hombre pudo de malas maneras meterse entre las ruedas de una galera que allí había.
Quedó maltrecho para unas semanas y, parece ser que se olvidó para el resto de la vida de dicha afición taurina.
!Ah!, no volvió a presumir nunca jamás.
HERMOGENES.
En el pueblo, los muchachos más "aterminaos", solían saltar al ruedo con un paño , a modo de capote y le intentaban dar algún quite a tan terrible enemigo. El lance terminaba, casi siempre, con alguna costilla lastimada, la ropa de los domingos hecha jirones y varios moratones por aquí y por allá de la geografía humana.
Habitaba por aquél tiempo en el pueblo un muchacho elegante y algo gallito, que presumía de ser torero y decía que él podía se el "Arruza Alambreño" (bien es sabido que por esos años Carlos Arruza destacaba como uno de los mejores espadas nacionales).
Llegó el día de la fiesta y los encargados de traer las vaquillas consideraron que dado que ivan a tener un "espada" entre los aficionados, lo mejor sería traer ganado del bueno.
El tal muchacho al ver semejante "bicho", con unos cuernos tan grandes y con cara de mala uva; parece que le entró el tembleque. Tuvo que ser empujado al ruedo; pero el valor que presumía tener habíase evaporado como por encanto.
Embistiole el animal, como si fuera el expreso de Andalucía y el pobre hombre pudo de malas maneras meterse entre las ruedas de una galera que allí había.
Quedó maltrecho para unas semanas y, parece ser que se olvidó para el resto de la vida de dicha afición taurina.
!Ah!, no volvió a presumir nunca jamás.
HERMOGENES.