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tren del olvido
El accidente del Alvia camino de Santiago ha sido una enorme tragedia, pero puede haber dejado lecciones interesantes en materia de comunicación, y en disciplinas conexas. Vayamos a lo primero: nadie sabe cómo, apareció, urbi et orbi, una grabación, que debiera haber sido prueba judicial secreta: un tren se adentraba a velocidad excesiva en una curva cerrada y descarrilaba con estrépito en un primer plano digno del mejor cine de catástrofes. ¿Quién liberó la grabación? Sus efectos fueron inmediatos, pues el pueblo entiende que es el maquinista el que acelera en vez de frenar. Un culpable obvio, y las empresas, el ministerio, y dos gobiernos, a resguardo, ese es el resultado certero de la filtración. Vayamos a lo segundo: dos centenares de víctimas, varias decenas de muertos, mucha solidaridad, velas, lágrimas y que nadie haga preguntas que estamos en verano. ¿Está bien equipado el tren? ¿Está adecuadamente homologado para esa clase de servicios? ¿Es seguro desde el punto de vista dinámico? Y mil más, pero son cosas de técnicos, que los políticos nunca hacen nada mal. La democracia española parece haber madurado lo suficiente hasta alcanzar la sabiduría de no hacer preguntas inconvenientes. Ya lo dijo Franco, España es mucho más fácil de gobernar de lo que se cree.
Aplausos desesperados, fin de la cita
No es por amargarle las vacaciones a nadie, pero los atareados diputados que aplaudían con entusiasmo digno de mejor causa las citas rajoyanas contra su nada apócrifo autor, no deben haber caído en la cuenta de que aplaudían las evasivas del caso GAL, y otras andanzas escasamente edificantes. No creo que ese aplauso sea otra cosa que muestra de desesperación, porque, de tomarlo en serio, habría que negarles el saludo. Queridos amigos, en la democracia no vale todo, eso pensábamos hasta hace poco.
tren del olvido
El accidente del Alvia camino de Santiago ha sido una enorme tragedia, pero puede haber dejado lecciones interesantes en materia de comunicación, y en disciplinas conexas. Vayamos a lo primero: nadie sabe cómo, apareció, urbi et orbi, una grabación, que debiera haber sido prueba judicial secreta: un tren se adentraba a velocidad excesiva en una curva cerrada y descarrilaba con estrépito en un primer plano digno del mejor cine de catástrofes. ¿Quién liberó la grabación? Sus efectos fueron inmediatos, pues el pueblo entiende que es el maquinista el que acelera en vez de frenar. Un culpable obvio, y las empresas, el ministerio, y dos gobiernos, a resguardo, ese es el resultado certero de la filtración. Vayamos a lo segundo: dos centenares de víctimas, varias decenas de muertos, mucha solidaridad, velas, lágrimas y que nadie haga preguntas que estamos en verano. ¿Está bien equipado el tren? ¿Está adecuadamente homologado para esa clase de servicios? ¿Es seguro desde el punto de vista dinámico? Y mil más, pero son cosas de técnicos, que los políticos nunca hacen nada mal. La democracia española parece haber madurado lo suficiente hasta alcanzar la sabiduría de no hacer preguntas inconvenientes. Ya lo dijo Franco, España es mucho más fácil de gobernar de lo que se cree.
Aplausos desesperados, fin de la cita
No es por amargarle las vacaciones a nadie, pero los atareados diputados que aplaudían con entusiasmo digno de mejor causa las citas rajoyanas contra su nada apócrifo autor, no deben haber caído en la cuenta de que aplaudían las evasivas del caso GAL, y otras andanzas escasamente edificantes. No creo que ese aplauso sea otra cosa que muestra de desesperación, porque, de tomarlo en serio, habría que negarles el saludo. Queridos amigos, en la democracia no vale todo, eso pensábamos hasta hace poco.