Ofertas de luz y gas

ALMADENEJOS: Al llegar las cuadrillas de carros o las recuas de...

Al llegar las cuadrillas de carros o las recuas de mulas con las cargas de azogue a Sevilla, se dirigían a las Reales Atarazanas.

Este magnífico edificio medieval había perdido ya su función de armar barcos, y se destinaba ahora a gran almacén del compás de las naos o puerto de Indias.

En las Atarazanas de Sevilla, unos hombres llamados desatadores, vaciaban en tinas el mercurio contenido en los baldeses envasados en buitrones, comprobando el peso del mercurio entregado, con el fin de evaluar las pérdidas sufridas en el transporte o detectar posibles fraudes o robos cometidos en el camino.

Después se empacaba de nuevo el azogue en tres capas concéntricas de baldeses, pero con una diferencia notable: cada baldés contenía ahora tan sólo dos arrobas o medio quintal de mercurio, es decir la mitad de peso y volumen que los baldeses de los carros en su origen.

Este procedimiento permitía aprovechar los mismos cueros o baldeses empleados en el viaje. Acondicionar la valiosa mercancía para el largo viaje ultramarino exigía mayores medidas de seguridad, y por ello cada baldés iba envasado dentro de un barril de madera perfectamente sellado; tres de estos pequeños toneles se colocaban en un cajón de madera de Flandes, expresamente fabricado para la ocasión.

Los pequeños cajones, conteniendo quintal y medio de azogue- unos 69 kg- se conducían a la puerta del río de las Reales Atarazanas, y desde allí se cargaban de nuevo en carros que los transportaban a los galeones que los llevarían a América.

En su regreso de Sevilla a Almadén y a Almadenejos, los carros no volvían vacíos, generalmente cargaban el hierro y el acero necesario para las labores en las minas y las ropas y calzados para los mineros y reos que trabajaban en los hornos de Buitrones. Estos mismos carros, una vez terminado el viaje, se empleaban para acarrear leña desde los montes próximos al cerco de Buitrones, donde se encontraban los hornos de las minas de Almadén.

Los bueyes y las mulas que transportaban el azogue disfrutaban el privilegio de poder pastar libremente en los montes, dehesas y en los términos pertenecientes a la Orden de Calatrava, considerando a estos efectos, a los trajinantes de mercurio como si fueran vecinos de los pueblos por los que pasaban.

Estaban además autorizados a cortar la madera necesaria para fabricar o reparar las ruedas y los ejes de los carros. Estas mercuriales comitivas disfrutaban de otros privilegios, aunque naturalmente a veces era difícil hacer valer sus derechos en la práctica. Estaban exentos del pago de portazgos, pontazgos y barcajes, así como de cualquier otra tasa o peaje de tránsito.

Asimismo, boyeros y arrieros contaban con otras disposiciones favorables: podían embargar, en los lugares donde fuera necesario, no sólo mulas, bueyes y carros, sino también los materiales imprescindibles para los empaques del mercurio, como baldeses de cuero, cordeles, espuertas o serones. Con estas medidas se buscaba asegurar la existencia de un número de carros suficiente para enviar todas las remesas posibles hacia Ultramar

Historia del Transporte en España

Cartucho.