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ARGAMASILLA DE CALATRAVA: Santa Julita nació en Iconia, hoy Cogni, capital de...

Santa Julita nació en Iconia, hoy Cogni, capital de Licaonia. Se caso con un caballero de la primera calidad, como correspondía a su nobleza. Se quedó viuda con veintidós años, con un hijo llamado San Quirico que todavía estaba en la cuna. Una vez viuda su principal atención fue criar al niño Quirico en la fe cristina. Cuando el niño tenia tres años, los emperadores Diocleciano y Maximiano publicaron un cruel edicto contra los cristianos, para exterminarlos en todo el imperio.

Julita decidió ponerse a cubierto de la tempestad por algún tiempo y dejó la provincia, acompañada por sus criadas. Abandono pues, su casa, sus grandes lujos y se retiró a Seleucia, en la provincia de Isauria. Los que no sabia Julita es que estaba más encendida esta capital por la persecución que en la Iconia. Su gobernador, Alejandro, aun más cruel que Domiciano, se dedicó a perseguir furiosamente a los cristianos. Obligada Julita a buscar abrigo más seguro, a pesar de la fatiga y de las incomodidades de un viaje tan largo se refugió en Tarso de Cilicia, con tan mala suerte que la persiguieron hasta allí.

Arrastraron a Julita y fue llevada junto a su hijo ante el gobernador sin mostrar alteración ni sobresalto.

Informado Alejandro de la alta posición económica de Julita la recibió con mucha cortesía y la pregunto si era cristiana y ella respondió: “Si lo soy y también mi hijo lo es”. El gobernador respondió: “Me sorprende que una señora de tu alta cuna, tus años, tu ropa y tu espíritu se haya dejado infatuar de las extravagancias de esa religión” y añadió “Los tormentos se hicieron en el mundo para los cristianos” y diciendo estas palabra encolerizado mandó que la arrancasen a su hijo de sus brazos y la pusieron en el potro.

Al ser la primera ejecución cristiana el gobernador quería atemorizar a la gente y fue especialmente cruel con Julita. Descargaron cobre ella una lluvia de azotes con nervios de bueyes y furiosos golpes. Al verse separado de su madre Quirico comenzó a llorar y a gritar. Viéndole el gobernador tan vivo y tan hermoso mandó que se lo trajeran. Se lo puso sobre las rodillas y empezó a acariciarle para intentar calmarle, intentó darle un beso pero el niño le parto con sus manecitas y dándole patadas con sus pequeños pies. Por más que intento Alejandro que el pequeño no viera a su madre, no lo consiguió y el niño siempre miraba a su madre y gritaba continuamente: soy cristiano, soy cristiano… Irritando a Alejandro con esos gritos y furioso de sentirse burlado y con una cólera incontrolable, cogió al pequeño de una pierna se levanto y dijo: “Ya que eres cristiano como tu madre, perecerás con ella” y le lanzo hacia el suelo con brutal fuerza que se hizo pedazos su pequeña cabecita, esparciendo los sesos por el suelo. Inhumanidad que detestaron con horror todos los allí presentes, desahogando en un sordo murmullo su indignación. Julita vio como su hijo moría y el gobernador la mando poner en el potro para seguir con las torturas, despedazando sus costados con uñas aceradas, echando pez derretida sobre sus pies… y Julita seguía gritando: “Yo soy cristiana” El gobernador la amenazó con que sería tratada como su hijo y ella exclamó: “! Ahí si deseo con ansia alguna, cosa, es tener parte en su dicha y caminar cuanto antes a hacerle compañía en la Gloria”. Ofendido el gobernador mandó que la cortasen la cabeza, su muerte fue el 16 de Junio del año 305.

Por la noche fueron las dos criadas a retirar el santo cuerpo y el de su hijo Quirico, los que enterraron en un sitio del territorio de Tarso, a bastante distancia del lugar del martirio. Una de las criadas vivió hasta que el grande Contastino dio la paso a toda la iglesia, descubrió el precioso tesoro que había escondido durante años y empezaron a acudir a venerar las santas reliquias, se hizo entonces celebre su culto en todo Oriente.

Dícese que, habiendo hecho un viaje hacia aquellas partes San Amatro, obispo de Auxerre, trajo consigo los cuerpos de San Quirico y Santa Julita, y los colocó en una iglesia que tuvo después su misma advocación. Lo cierto es que las muchas iglesias que hay en Francia dedicadas a estos dos Santos presumen constantemente que sus reliquias se repartieron entre varias, como Tolosa, en Clermont, en Arles, y singularmente en Nevers, que tiene por Patrón a San Ciro.