Orden de Calatrava (dicionario histórico de las ordenes de caballería por don Bruno Rigalt)
Don Sancho III, apellidado el grande, conquistó a los moros la villa de Calatrava, cuya guarda confió a los Caballeros del Temple. Estos estuvieron en ella por espacio de diez años, hasta que habiendo tenido noticias que se estaba aprestando un numeroso ejercito de infieles para recobrarla, la volvieron a entregar al rey don Sancho, quien, para librarla del peligro que la amenazaba, hizo pregonar que la daría por juro de heredad a cualquiera que se atreviese a defenderla.
En aquella sazón estaba la corte de Toledo, y se hallaba en ella don Raimundo, abad de Santa María de Fitero, de la congregación cisterciense, junto con un monje llamado Fray Diego Velázquez, que antes de la vida monástica se había ejercitado y dado pruebas de gran valor en la guerra, y a quien el rey conocía personalmente de muchos años. Este Velázquez, pues, movido de su celo por la exaltación de la santa fe católica y por la fidelidad a su rey y señor temporal, aconsejo al abad que aceptara la oferta de don Sancho, quien al concedérsela le ayudó con crecidas sumas; no parando aquí la protección que tuvo, sino que el arzobispo de Toledo, don Juan IV, queriendo favorecer una empresa en que tanto se interesaba el brillo de la religión y el buen nombre del ejercito cristiano, publicó una cruzada concediendo indulgencia plenaria y remisión, de todos los pecados a los que ayudasen con sus bienes o personas a la defensa de Calatrava; y aún el mismo arzobispo facilitó gran copia de dinero y armas.
Continuará...
Don Sancho III, apellidado el grande, conquistó a los moros la villa de Calatrava, cuya guarda confió a los Caballeros del Temple. Estos estuvieron en ella por espacio de diez años, hasta que habiendo tenido noticias que se estaba aprestando un numeroso ejercito de infieles para recobrarla, la volvieron a entregar al rey don Sancho, quien, para librarla del peligro que la amenazaba, hizo pregonar que la daría por juro de heredad a cualquiera que se atreviese a defenderla.
En aquella sazón estaba la corte de Toledo, y se hallaba en ella don Raimundo, abad de Santa María de Fitero, de la congregación cisterciense, junto con un monje llamado Fray Diego Velázquez, que antes de la vida monástica se había ejercitado y dado pruebas de gran valor en la guerra, y a quien el rey conocía personalmente de muchos años. Este Velázquez, pues, movido de su celo por la exaltación de la santa fe católica y por la fidelidad a su rey y señor temporal, aconsejo al abad que aceptara la oferta de don Sancho, quien al concedérsela le ayudó con crecidas sumas; no parando aquí la protección que tuvo, sino que el arzobispo de Toledo, don Juan IV, queriendo favorecer una empresa en que tanto se interesaba el brillo de la religión y el buen nombre del ejercito cristiano, publicó una cruzada concediendo indulgencia plenaria y remisión, de todos los pecados a los que ayudasen con sus bienes o personas a la defensa de Calatrava; y aún el mismo arzobispo facilitó gran copia de dinero y armas.
Continuará...
Al saber los infieles los aprestos que se hacían para rechazarles, desistieron de su empresa; pero los cristianos cobraron más ánimo, y mandados por el monje Velázquez acometieron a aquellos, causándoles perdidas de consideración; lo que fue motivo para que el rey, a cuya noticia había llegado, les confirmase el contrato, haciéndoles otras donaciones que despues fueron confirmadas por su hijo y sucesor don Alfonso IX.
Seguros ya en la posesión de Calatrava los monjes se les juntaron varios con los que habían peleado en aquella campaña; y el abad don Raimundo trasladó a la ciudad los que aún quedaban en el monasterio de Fitero, llamando muchas familias de Navarra y Castilla, entre las que dividió el campo de Calatrava y sus términos para que lo labrasen y ayudasen con su personas y tributos a la defensa de la tierra. Entonces empezó la fundación de la nueva orden militar, que dividió en dos clases, una para el servicio divino y la otra para el manejo de las armas; formó los estatutos y arregló el habito de modo que no sirviese de embarazo para pelear.
Después de la muerte de Raimundo, que acaeció en 1163, los mojes eligieron su sucesor, y los conversos de la milicia nombraron un maestre lego que fue don Garcés de Aca (este maestre fue el que unió la orden de Calatrava con la de Avis de Portugal) quien, después que los monjes regresaron a Fitero, se presentó al capitulo general del Cister solicitando una regla para la orden, que tubo, y confirmo, en 26 de septiembre de 1164, el pontífice Alejandro III. Posteriormente se unió otra vez a la Cisterciense, y reformados sus estatutos, fueron confirmados por el papa Gregorio VIII, en 1187.
Continuará...
Seguros ya en la posesión de Calatrava los monjes se les juntaron varios con los que habían peleado en aquella campaña; y el abad don Raimundo trasladó a la ciudad los que aún quedaban en el monasterio de Fitero, llamando muchas familias de Navarra y Castilla, entre las que dividió el campo de Calatrava y sus términos para que lo labrasen y ayudasen con su personas y tributos a la defensa de la tierra. Entonces empezó la fundación de la nueva orden militar, que dividió en dos clases, una para el servicio divino y la otra para el manejo de las armas; formó los estatutos y arregló el habito de modo que no sirviese de embarazo para pelear.
Después de la muerte de Raimundo, que acaeció en 1163, los mojes eligieron su sucesor, y los conversos de la milicia nombraron un maestre lego que fue don Garcés de Aca (este maestre fue el que unió la orden de Calatrava con la de Avis de Portugal) quien, después que los monjes regresaron a Fitero, se presentó al capitulo general del Cister solicitando una regla para la orden, que tubo, y confirmo, en 26 de septiembre de 1164, el pontífice Alejandro III. Posteriormente se unió otra vez a la Cisterciense, y reformados sus estatutos, fueron confirmados por el papa Gregorio VIII, en 1187.
Continuará...
Por los años 1195, recobraron los infieles a Calatrava, por cuya razón el maestre y caballeros trasladaron el convento al castillo de Salvatierra, lo que dió motivo para que la orden tomase el nombre del mismo; hasta que después de varios esfuerzos y ataques volvieron a reivindicar en 1212 la villa de Calatrava la vieja, poniendo en ella su convento, y años después al castillo que denominaron Calatrava la nueva, volviendo a tomar su verdadero nombre la orden. Los maestres eran nombrados por los caballeros; pero el papa Inocencio VIII, aprovechando la muerte del último que hubo en su tiempo, cofió la administración a los reyes Católicos, y habiendo sido gran maestre el emperador Carlos V, el pontífice Adriano VI, según unos, o Alejandro VIII, según otros, la unión perpetuamente a la corona.
A consecuencia de esta medida, entró la orden en una nueva era de prosperidad; y aún cuando con el tiempo ha sufrido algunas modificaciones, ha sido siempre, y es en el día considerada como una de las más importantes y estimadas de España, teniendo todos cuantos pertenecen a ella un celo extraordinario para que nunca llegue a empañarse en lo más mínimo su ilustre fama y esplendor.
Para ingresar en esta orden es preciso acreditar en debida forma ser noble por los cuatro costados, y para esto se nombran dos comisionados que pasan al punto que les designa el aspirante, a fin de examinar por sí mismos las partidas de bautismo, casamiento y cuantos documentos son conducentes a la prueba, extendiendo después una razonada información que da por resultado la admisión o negativa a la orden.
En el día usan los caballeros de Calatrava una cruz roja floreteada, cantonada de ocho círculos acostados y unidos al centro, cuya insignia se lleva en el pecho, o bien una medalla de oro con la propia cruz de gules, pendiente de una cinta roja. Como siempre todo poder es Pedro. Sacado de vuestra propia historia.
A consecuencia de esta medida, entró la orden en una nueva era de prosperidad; y aún cuando con el tiempo ha sufrido algunas modificaciones, ha sido siempre, y es en el día considerada como una de las más importantes y estimadas de España, teniendo todos cuantos pertenecen a ella un celo extraordinario para que nunca llegue a empañarse en lo más mínimo su ilustre fama y esplendor.
Para ingresar en esta orden es preciso acreditar en debida forma ser noble por los cuatro costados, y para esto se nombran dos comisionados que pasan al punto que les designa el aspirante, a fin de examinar por sí mismos las partidas de bautismo, casamiento y cuantos documentos son conducentes a la prueba, extendiendo después una razonada información que da por resultado la admisión o negativa a la orden.
En el día usan los caballeros de Calatrava una cruz roja floreteada, cantonada de ocho círculos acostados y unidos al centro, cuya insignia se lleva en el pecho, o bien una medalla de oro con la propia cruz de gules, pendiente de una cinta roja. Como siempre todo poder es Pedro. Sacado de vuestra propia historia.