Esa tarde dejé sin terminar los deberes, no podía dejar de pensar en la mención que había hecho la profesora del agua cristalina del río. Me monté en la bici y con fuerza comenzé a pedalear, minuto tras minuto, hasta divisar las aguas mansas de mi Guadiana. Había oido tantas y tantas veces hablar de él, que me parecía un sueño estar viendo bajar sus aguas transparentes y caudalosas, con aquel sonido celestial.
Me quedé hasta el anocher comtenplando aquella maravilla. ¡Que Podría decir yo del Corral!
Me quedé hasta el anocher comtenplando aquella maravilla. ¡Que Podría decir yo del Corral!