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EL HOYO: ¡Qué bonito Sabas! Otra vez me has hecho llorar.

Carlos, buen amigo:
¿Por qué me has hecho esto? ¿por qué has doblado la esquina para perderte siempre? ¿por qué has querido descubrir tan pronto el misterio que en nuestra infancia tanto miedo nos daba? ¿por qué?... ¿por qué?... Siempre has sido el más decidido y valiente del grupo, el más aventurero, pero este viaje era inoportuno, has tomado el tren que no te correspondía, el que tiene billete de ida sin opciones de vuelta y es injusto que nos dejes tan solos; solos en este maldito andén masticando el dolor y la rabia, solos en este escenario que sin ti es tan distinto, solos repasando recuerdos y anécdotas en donde se entremezclan las sonrisas y las lágrimas...
Carlos, amigo del alma:
¡Cuánto te voy a echar de menos! Toda una vida juntos, los primeros años en cuerpo y alma, estos últimos en alma por las circunstancias (el trabajo, la familia, el lugar de residencia...), pero al fin y al cabo siempre juntos.

La vida debería ser como Mario Benedetti nos la presenta en un poema:

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta,
un charco era un océano,
la muerte lisa y llana
no existía.

Luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta,
un estanque un océano,
la muerte solamente
una palabra.

Ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta,
la muerte era la muerte
de los otros.

Ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad,
el océano es por fin el océano,
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

Carlos, buen amigo:
¿Por qué te has anticipado? ¿por qué has querido prematuramente hacer la muerte tuya? ¿por qué me has hecho esto? ¿por qué me has enseñado a llorar de nuevo?

TU AMIGO SIEMPRE

¡Qué bonito Sabas! Otra vez me has hecho llorar.