HOMENAJE A CARLOS
Cuando hablamos de recuerdos siempre pensamos en paisajes, rostros, nombres, objetos y situaciones concretas, olvidándonos de algo que parece pasar desapercibido, pero que se graba con la misma fuerza y firmeza que todo lo demás, formando parte importante de ese gran planeta que se alberga en la memoria y erigiéndose en la música de fondo de nuestro pasado. Son los sonidos de los recuerdos, ese mundo intangible que ambienta también aquellos escenarios de infancia y juventud, aquellos sonidos que un día se clavaron y hoy perduran, como un eco, en nuestros oídos.
No se me olvida el castañeteo de las herraduras de burros, mulos y caballos subiendo al pilar o bajando a las faenas por nuestras calles empedradas, o el golpeteo vibrante del martillo sobre el yunque en las fraguas de Doroteo y Pantaleón "El Herrerillo", recuerdo las excursiones y caminatas por nuestros campos, acompañándonos el canto de arrendajos y mojinos de rama en rama o de mirlos sobrevolando de charco en charco hasta perderse en el monte, aún resuena en mis oídos el chirrido del grillo o la chicharra al pasar por los caminos. Todavía me viene a la memoria los golpes de las hachas contra las encinas y los chaparros, allá por La Cuesta y el Cerro de la Cabañuela, cortando leña para preparar una buena candelaria, también la cencerrada y algarabía en la entrada al pueblo de las piaras de cabras de Manuel "el de Pusaque" y Julián "el de Chaleco", anunciando la vuelta del monte cada tarde. Me quedó grabado el sonido fuerte y seco de los cohetes en las tardes de fiesta, ese eco en el valle, las tracas nocturnas atronando nuestros oídos y el toro de fuego o "de las chuscas", el terror de los niños y de los "no tan niños". Me transporta al pasado la berrea en las tardes-noches de los meses de septiembre y octubre, también los maullidos lastimeros de los gatos en celo, de tejado en tejado, en el mes de febrero, o el canto monótono de las golondrinas desde los balcones y los tendederos entre mayo y agosto, tengo clavado también el canto anárquico, revoltoso y molesto de los tordos atacando a una higuera en pleno verano. Pero cómo olvidar el baile de Teófilo y [la] Luisa en el Sindicato, en la plaza o en su propia pista, con el tocadiscos y un buen puñado de discos de canciones del verano, o del momento, que alimentaban a aquellos amores inmaduros, efímeros, que nunca llegaron a nada, aún escucho el caracol de los perreros controlando las rehalas en las monterías y los disparos a las reses desde la línea de tiro, también se me clavaron para siempre y hoy me duele más que nada los gruñidos de los cerdos, rebeldes primero, luego derrotados y finalmente apagándose sobre la mesa en cada matanza. Pero siempre he recordado el toque de las campanas, he de reconocer que tenían su propio lenguaje: el repiqueteo a fiesta con las dos campanas (como se decía, la grande y la chica), transmitiendo alegría, el doblar a muerto, un toque rítmico y pausado, tristeza, preocupación e incertidumbre (quién?), el toque al rosario, el de ánimas al atardecer y el silencio de campanas en Semana Santa, sustituidas por carracas que anunciaban los tres toques por calles, callejuelas, Los Cuarteles y Los Cerrillos (el primero, el primero!, el segundo, el segundo!, el tercero, el tercero!).
Muchos de estos sonidos hace tiempo que dejaron de oírse y los que se oyen hoy suenan muy distinto, todo ha cambiado, ya nada es igual, pero sé, ciertamente, que todos se siguen oyendo en la memoria de muchos.
Un año más recordándote.
Tu amigo siempre
SABAS
Cuando hablamos de recuerdos siempre pensamos en paisajes, rostros, nombres, objetos y situaciones concretas, olvidándonos de algo que parece pasar desapercibido, pero que se graba con la misma fuerza y firmeza que todo lo demás, formando parte importante de ese gran planeta que se alberga en la memoria y erigiéndose en la música de fondo de nuestro pasado. Son los sonidos de los recuerdos, ese mundo intangible que ambienta también aquellos escenarios de infancia y juventud, aquellos sonidos que un día se clavaron y hoy perduran, como un eco, en nuestros oídos.
No se me olvida el castañeteo de las herraduras de burros, mulos y caballos subiendo al pilar o bajando a las faenas por nuestras calles empedradas, o el golpeteo vibrante del martillo sobre el yunque en las fraguas de Doroteo y Pantaleón "El Herrerillo", recuerdo las excursiones y caminatas por nuestros campos, acompañándonos el canto de arrendajos y mojinos de rama en rama o de mirlos sobrevolando de charco en charco hasta perderse en el monte, aún resuena en mis oídos el chirrido del grillo o la chicharra al pasar por los caminos. Todavía me viene a la memoria los golpes de las hachas contra las encinas y los chaparros, allá por La Cuesta y el Cerro de la Cabañuela, cortando leña para preparar una buena candelaria, también la cencerrada y algarabía en la entrada al pueblo de las piaras de cabras de Manuel "el de Pusaque" y Julián "el de Chaleco", anunciando la vuelta del monte cada tarde. Me quedó grabado el sonido fuerte y seco de los cohetes en las tardes de fiesta, ese eco en el valle, las tracas nocturnas atronando nuestros oídos y el toro de fuego o "de las chuscas", el terror de los niños y de los "no tan niños". Me transporta al pasado la berrea en las tardes-noches de los meses de septiembre y octubre, también los maullidos lastimeros de los gatos en celo, de tejado en tejado, en el mes de febrero, o el canto monótono de las golondrinas desde los balcones y los tendederos entre mayo y agosto, tengo clavado también el canto anárquico, revoltoso y molesto de los tordos atacando a una higuera en pleno verano. Pero cómo olvidar el baile de Teófilo y [la] Luisa en el Sindicato, en la plaza o en su propia pista, con el tocadiscos y un buen puñado de discos de canciones del verano, o del momento, que alimentaban a aquellos amores inmaduros, efímeros, que nunca llegaron a nada, aún escucho el caracol de los perreros controlando las rehalas en las monterías y los disparos a las reses desde la línea de tiro, también se me clavaron para siempre y hoy me duele más que nada los gruñidos de los cerdos, rebeldes primero, luego derrotados y finalmente apagándose sobre la mesa en cada matanza. Pero siempre he recordado el toque de las campanas, he de reconocer que tenían su propio lenguaje: el repiqueteo a fiesta con las dos campanas (como se decía, la grande y la chica), transmitiendo alegría, el doblar a muerto, un toque rítmico y pausado, tristeza, preocupación e incertidumbre (quién?), el toque al rosario, el de ánimas al atardecer y el silencio de campanas en Semana Santa, sustituidas por carracas que anunciaban los tres toques por calles, callejuelas, Los Cuarteles y Los Cerrillos (el primero, el primero!, el segundo, el segundo!, el tercero, el tercero!).
Muchos de estos sonidos hace tiempo que dejaron de oírse y los que se oyen hoy suenan muy distinto, todo ha cambiado, ya nada es igual, pero sé, ciertamente, que todos se siguen oyendo en la memoria de muchos.
Un año más recordándote.
Tu amigo siempre
SABAS