En mayo del año pasado se celebraron en La Rioja unas jornadas que, bajo el título ‘Trashumancia, Cañadas y Desarrollo Rural’, pusieron de manifiesto los problemas de supervivencia que atraviesa actualmente la trashumancia y del importante papel de las cañadas como generadoras de recursos medioambientales. Algunas de las reflexiones allí expuestas ayudarán al lector a aproximarse a esta actividad con más de mil años de antigüedad y que, de no ponerse remedio, no sobrevivirá al siglo XXI. El desplazamiento alternativo y periódico de rebaños entre regiones de diferente clima - la trashumancia- está generado por la necesidad de buscar los lugares más apropiados para la alimentación de los ganados. “Esta circunstancia –señala Julio Grande en su ponencia- ha obligado al aprovechamiento de los pastos de montaña en el verano, teniendo que buscar zonas más templadas cuando los rigores del invierno hacían imposible la alimentación de los animales. Así se iniciaban los desplazamientos de invernada hacia el sur, donde se mantenían los rebaños hasta que el agostamiento de los herbajes obligaba de nuevo a emprender el camino de regreso”. Este camino de ida y vuelta lo hacían cada año más de tres millones de cabezas de ganado ovino por alguna de las ocho cañadas reales que surcan al país de norte a sur. Un movimiento migratorio que trajo consigo un desarrollo económico de gran trascendencia en los siglos XII y XIII como consecuencia del comercio –incluso transoceánico- de la lana de las ovejas merinas. Su culminación fue la creación en 1273 de la Mesta, .