La contemplación orante desde el Rosario garantiza también esa dosis de emoción y afectividad que se necesita en cualquier variante de la vocación humana. Modela el talante en forma risueña y dulce (aportación de los misterios gozosos), en forma de fortaleza y convicción templada (efecto propio de los misterios de luz), en forma de desprendimiento libre y oblativo (consecuencia de los misterios dolorosos), en forma de júbilo pascual (balance afirmativo de los gloriosos). El mundo no valora la dulzura, cosecha biográfica de todo orante, síntesis evangélica sazonada y madura. El dulce es el evangelizado, el educado en el seguimiento, el graduado en los dones del Espíritu. La contemplación de los misterios de Jesús promueve en nosotros “los mismos sentimientos que tuvo Cristo”.
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