¡Buenas noches, Isa! no conozco Denia, sólo en fotografías, en las que se ve que es un pueblo o ciudad muy bonito y grande, situado en la costa. Imagino que no seréis los únicos solaneros y descendientes de solaneros en Denia, en Altea, pueblo próximo de la Marina Baja, me consta que hay muchos solaneros emigrados. Conozco de la costa mediterránea las provincias de Valencia, Castellón, Barcelona, Gerona, Murcia y Málaga, pero nada de Alicante; un buen pretexto para ir algún día.
Por aquí el tiempo sigue bueno, hoy daba gusto estar en la calle al sol, no hacía excesivo calor; por la tarde salí con la bicicleta de montaña a dar una vuelta por el campo. Seguí el camino que sale por el este, al lado de los antiguos silos de cereal, junto a la carretera de Tomelloso; el camino a unos pocos metros se bifurca, yendo el de la derecha a los Pajares y la Moraleja, y el de la izquierda hacia la Pepa Rosa y el pozo del Enebro. Doy todos estos nombres por si a tu padre le suenan y trae recuerdos.
Cogí el de la izquierda que se encuentra asfaltado porque hace unos años, se construyó una ermita dedicada a San Isidro a unos cinco kilómetros, cerca del paraje de la Pepa Rosa, y hasta la ermita llega el camino asfaltado. Fueron los labradores del pueblo los que construyeron la ermita, y el día de San Isidro hacen una romería y fiesta en aquel sitio. Siguiendo más adelante me encontré con los pinares del Legado Bustillo, esto también es una novedad, pues son pinares de repoblación que se hicieron hace aproximadamente 12 años, en terrenos de una fundación benéfica del siglo XIX llamada así, Legado Bustillo, terrenos que antes sólo estaban cubiertos de matorral bajo y tomillares.
Allí me detuve un rato a comtemplar el paisaje, los viejos olivares que cubren la ondulada y roja tierra cercana al Plantío, esmaltados de viñas de un verde más claro. La aldea del Lobillo en el horizonte por donde sale el sol, a unos diez kilómetros, como una corona de blancas casas que parecen perlas engastadas en el manto azul del cielo. Hoy ya no viven solaneros en el Lobillo, hasta los años ochenta vivían allí 70 u 80 personas que tenían tierras alrededor, era como un barrio de La Solana a 15 kilómetros de distancia; ahora si vas por allí al anochecer, tal vez encuentres cuatro o cinco labradores reunidos en una casa de tertulia, pues son los únicos que pasan allí algunos días de la semana, mientras dura la poda de las viñas u otroas faenas del campo.
Me volví al pueblo como fuí, con la gorra enganchada al manillar de la bicicleta, pues se agradecía sentir los rayos del sol sobre el rostro. Y a falta de mar, con el cuerpo caliente por el ejercicio, me fui a la piscina climatizada contigua al parque municipal, donde después de la refrescante ducha, practiqué durante media hora la saludable natación.
Conozco bien la calle Zaragoza y todo el barrio de las Latas, aunque no sé por qué se le llama así, me gusta ir por ese barrio orientado al sur, por esas calles de fuerte pendiente, como Navas de Tolosa, Eloy Gonzalo, Trafalgar y Cádiz; no existen otras calles en el pueblo con una pendiente tan pronunciada. Desde ellas se divisa bien la sierra de Alhambra y el pueblo de San Carlos del Valle, enclavado en la larga cuerda de cerros de la sierra, como un oasis humano entre los puntiagudos montes.
Es un barrio tan en pendiente o costanazo, el de las Latas, que las aceras de las calles perpendiculares a la pendiente no quedaron al mismo nivel, porque la calle originalemente no era horizontal, sino que mantenía la pendiente del terreno; ahora se encuentran niveladas de manera curiosa, creándose dos niveles diferentes, como ocurre en la calle Corbatas, como si fueran dos calles en una, o quedando las puertas de una acera más altas y con tres o cuatro escalones de acceso, como ocurre en la de Zaragoza. Este barrio era antes un barrio fundamentalmente obrero, de casas bajas, sin portadas, porque no había carros ni yuntas que encerrar, si acaso un burro que se pasaba por la puerta; barrio del que ha emigrado mucha gente. Yo recuerdo oír a menudo cuando iba por ese barrio o cercanías, historias de gente que se había marchado o estaba trabajando fuera de La Solana, por el levante u otras partes y que los veías volver por el verano, a la feria sobre todo.
Un buen momento para volver al pueblo, Isa, en la feria de Santiago, en el mes de julio. Aunque cualquier momento es bueno, ahora el viaje hasta Valencia se hace por carretera cómodamente, en poco más de tres horas, pues se ha abierto la autopista A-4 de Levante a Extremadura, que pasa por Argamasilla de Alba, a 25 kilómetros de La Solana y empalma con la A-III de Madrid a Valencia.
Por aquí el tiempo sigue bueno, hoy daba gusto estar en la calle al sol, no hacía excesivo calor; por la tarde salí con la bicicleta de montaña a dar una vuelta por el campo. Seguí el camino que sale por el este, al lado de los antiguos silos de cereal, junto a la carretera de Tomelloso; el camino a unos pocos metros se bifurca, yendo el de la derecha a los Pajares y la Moraleja, y el de la izquierda hacia la Pepa Rosa y el pozo del Enebro. Doy todos estos nombres por si a tu padre le suenan y trae recuerdos.
Cogí el de la izquierda que se encuentra asfaltado porque hace unos años, se construyó una ermita dedicada a San Isidro a unos cinco kilómetros, cerca del paraje de la Pepa Rosa, y hasta la ermita llega el camino asfaltado. Fueron los labradores del pueblo los que construyeron la ermita, y el día de San Isidro hacen una romería y fiesta en aquel sitio. Siguiendo más adelante me encontré con los pinares del Legado Bustillo, esto también es una novedad, pues son pinares de repoblación que se hicieron hace aproximadamente 12 años, en terrenos de una fundación benéfica del siglo XIX llamada así, Legado Bustillo, terrenos que antes sólo estaban cubiertos de matorral bajo y tomillares.
Allí me detuve un rato a comtemplar el paisaje, los viejos olivares que cubren la ondulada y roja tierra cercana al Plantío, esmaltados de viñas de un verde más claro. La aldea del Lobillo en el horizonte por donde sale el sol, a unos diez kilómetros, como una corona de blancas casas que parecen perlas engastadas en el manto azul del cielo. Hoy ya no viven solaneros en el Lobillo, hasta los años ochenta vivían allí 70 u 80 personas que tenían tierras alrededor, era como un barrio de La Solana a 15 kilómetros de distancia; ahora si vas por allí al anochecer, tal vez encuentres cuatro o cinco labradores reunidos en una casa de tertulia, pues son los únicos que pasan allí algunos días de la semana, mientras dura la poda de las viñas u otroas faenas del campo.
Me volví al pueblo como fuí, con la gorra enganchada al manillar de la bicicleta, pues se agradecía sentir los rayos del sol sobre el rostro. Y a falta de mar, con el cuerpo caliente por el ejercicio, me fui a la piscina climatizada contigua al parque municipal, donde después de la refrescante ducha, practiqué durante media hora la saludable natación.
Conozco bien la calle Zaragoza y todo el barrio de las Latas, aunque no sé por qué se le llama así, me gusta ir por ese barrio orientado al sur, por esas calles de fuerte pendiente, como Navas de Tolosa, Eloy Gonzalo, Trafalgar y Cádiz; no existen otras calles en el pueblo con una pendiente tan pronunciada. Desde ellas se divisa bien la sierra de Alhambra y el pueblo de San Carlos del Valle, enclavado en la larga cuerda de cerros de la sierra, como un oasis humano entre los puntiagudos montes.
Es un barrio tan en pendiente o costanazo, el de las Latas, que las aceras de las calles perpendiculares a la pendiente no quedaron al mismo nivel, porque la calle originalemente no era horizontal, sino que mantenía la pendiente del terreno; ahora se encuentran niveladas de manera curiosa, creándose dos niveles diferentes, como ocurre en la calle Corbatas, como si fueran dos calles en una, o quedando las puertas de una acera más altas y con tres o cuatro escalones de acceso, como ocurre en la de Zaragoza. Este barrio era antes un barrio fundamentalmente obrero, de casas bajas, sin portadas, porque no había carros ni yuntas que encerrar, si acaso un burro que se pasaba por la puerta; barrio del que ha emigrado mucha gente. Yo recuerdo oír a menudo cuando iba por ese barrio o cercanías, historias de gente que se había marchado o estaba trabajando fuera de La Solana, por el levante u otras partes y que los veías volver por el verano, a la feria sobre todo.
Un buen momento para volver al pueblo, Isa, en la feria de Santiago, en el mes de julio. Aunque cualquier momento es bueno, ahora el viaje hasta Valencia se hace por carretera cómodamente, en poco más de tres horas, pues se ha abierto la autopista A-4 de Levante a Extremadura, que pasa por Argamasilla de Alba, a 25 kilómetros de La Solana y empalma con la A-III de Madrid a Valencia.