MANZANARES: La balada de los últimos días (V): Las increíbles aventuras...

La balada de los últimos días (V): Las increíbles aventuras del gallinito Páez

 

-Es increíble la de cosas que se pueden aprender en un solo día -dijo el desconocido sin otros preámbulos, con una voz graciosamente chillona-. Me he topado por los caminos con un perro asilvestrado. La inmediata al verme ha sido huir de mí; pero entonces me he agachado y, ¡oh sorpresa!, el muy podenco se me venía encima...

- ¿Y qué tiene eso de aprendizaje? -terció Pepe Abascal, dejándose llevar por lo excepcional de la situación.

- ¿No lo entiendes?... Ahora mismo te hago saber la sentencia que con ocasión de ese encuentro he acuñado: "Si quieres que el perro huya de ti, ponte en pie; si quieres que venga a ti, agáchate". ¡Ja, ja, ja! ¿Verdad que es genial?

-Siempre que se tengan perros para poder aplicarla -aseveró Pepe Abascal, con cierto tonillo de guasa.

El desconocido se quedó serio por un instante. Acto seguido prorrumpió en jocosas carcajadas.

- ¡Ja, ja, ja! ¡Muy agudo! Es agradable toparse con gente de grata conversación. A propósito, me llamo Segismundo Páez, aunque donde vivía me conocían como el "gallinito Páez" -y hecha esta aclaración le tendió la mano a Pepe Abascal, quien se la estrechó un tanto perplejo-. Y tú, joven, ¿cómo tienes a bien llamarte? -preguntó a continuación.

-Pepe Abascal -respondió éste.

- ¿Y a qué te dedicas?

-Soy o mejor dicho era diseñador de modas... ¿Y tú en qué te empleas?

El gallinito Páez alzó vigorosamente las pobladas cejas, para después decir en tono solemne:

-Yo tengo un contrato con Dios.

Esta vez le tocó a Pepe Abascal alzar las cejas: tanta sorpresa le causó la respuesta de su interlocutor.

-Veo que te gusta gastar bromas.

-Un misterioso contrato, que ni yo mismo he tenido ocasión de leer y mucho menos firmar -repuso el gallinito Páez, ignorando la observación de Pepe Abascal-. Hubo en los albores de este siglo un rey que concibió un hijo feo y deforme de una mujer de la que se decía que practicaba la brujería. Ella murió misteriosamente, y el rey se quiso deshacer de su hijo bastardo. A este tenor mandó a uno de sus súbditos que me llevara (porque ese niño no era otro que yo mismo) lo más lejos posible de su presencia, y fuimos a parar al Uruguay. Allí me cuidó una anciana bondadosa, hasta que la pobre se murió dejándome solo. Yo no quise marcharme de su casa, y allí me quedé contra viento y marea. Mi lugar favorito era el corral, donde trabé buena amistad con los gallos y gallinas que lo habitaban. Me alimentaba de sus huevos, y bebía agua de un aljibe que había en el terrado de la casa. Así pasaron muchos años, y aconteció una revuelta campesina en aquel país. El ejército fue enviado para sofocarla, y una buena mañana llegó a los límites de nuestra aldea, que previamente había sido evacuada por todos sus habitantes. Yo, entretanto, no me había movido del corral, a pesar del peligro que acechaba, y los soldados se apercibieron de mi presencia. Quisieron divertirse a costa mía. Apuntaron los cañones en dirección al corral, y abrieron fuego. El sitio quedó reducido a humeantes escombros, pero yo salí milagrosamente ileso. Los soldados no se lo pasaban a creer (ni yo mismo, fuerza es admitirlo), y consideraron que lo mejor que podían hacer era dejarme en paz... Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía un contrato con Dios.

Pepe Abascal se maravillaba de la imaginación de que daba testimonio de poseer su interlocutor.

-Desde entonces acá -prosiguió el gallinito Páez- he ido dando saltos por distintas épocas de la Historia, siempre cumpliendo la voluntad de Dios. He estado en el Antiguo Egipto, en la Roma de Nerón, en la Revolución Francesa, en el campo de exterminio de Auschwitz, etcétera.

A Pepe Abascal no le cupieron dudas acerca del estado en que estaba la mente del gallinito Páez.

- ¿Y qué hiciste en la Revolución Francesa? -le preguntó con sorna.

-Salvé a una niña de la aristocracia de ser pasada por la guillotina. El asunto se las trajo, pero en contando con la ayuda de Dios no hay dificultades a las que temer.

- ¿Y no envejeces, no caes enfermo? -siguió la broma Pepe Abascal.

-Pues no. Recuerdo que un oficial de las SS descargó su arma sobre mí, pero las balas rebotaron y no me hicieron nada.

-Debes ser entonces invulnerable..., casi como Supermán.

-Debo serlo -afirmó el gallinito Páez, encogiéndose de hombros.

- ¿Y qué asunto te ha traído a esta época? -averiguó Pepe Abascal.

-Creo que se trata de un asunto de mucha monta. Llevo más de veintiún años sin abandonar estos contornos. Cada día el corazón me ha conducido junto a esta vía. Pero sólo pasan trenes por aquí... Quizá tú tengas algo que ver en todo este negocio.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.