A Emiliana del chato y Agustin.
Diciembre, mes de tantas cosas, mes de fiestas, de reuniones familiares,..., mes de la matanza. Para nosotros, los niños de Minas Diógenes era como una fiesta familiar, de amigos y vecinos. Los días previos a la matanza ya andaba mi padre (experto matarife) preparandose, afilaba sus cuchillos y al final decía:
- Bueno, ya está, esperemos que no llueva, si hiela que sea esta noche y mañana sol, la humedad no va con las morcillas.
El día de la matanza era especial, todo a lo grande, se desayunaba fuerte porque el día iba a ser duro y se trabajaba mucho y muy rápido. Mi padre me daba a probar un sorbito de "aguardiente", que olía muy bien pero que a mí me sabía a rayos. ¡Que cara pondría que se reian hasta los perros!. Desde las siete de la mañana ya andabamos "nerviositos", detrás y delante de mi padre. El miedo tampoco faltaba, más viendo venir al cerdo dirección a un banco de madera, los valientes ya estabamos cien metros más allá y otros cien cuando el guarro empezaba a chillar. Sujetaban al animal por las orejas, por el rabo y le ataban cuerdas en las patas y si era muy grande incluso con "un gancho" por el morro. Alrededor del marrano, el matarife, dispuesto con un cuchillo en la mano, una mujer que con un lebrillo se sentaba en un taburete delante del cochino para recoger la sangre. Después, trás la muerte del animal, de no sé cuantas arrobas, lo quemaban con rastrojos o paja para "limpiarlo" y para más tarde abrirlo en canal, momento que yo aprovechaba para irme al mundo paralelo, el mundo de los fogones, de los olores a calabaza, patatas y cebollas, a los olores intesos y fuertes a "especias"; allí me quedaba un rato y cuando creía que había pasado el tiempo oportuno, volvía cerca de mi padre que siempre me daba el regalo que yo esperaba, la vejiga, con la que solía hacerme una pelota y con la que toda la chiquillería jugabamos hasta la hora de las migas.
Días de matanzas recuerdo muchos, pero con especial cariño las matanzas en casa del chato.
Mi prima Ita diria: ¡Que alegría de matanza!, yo también.
Emiliana, claro que me acuerdo de vosotros, ya hace un tiempo, en un mensaje comenté lo buenos amigos que eran nuestros padres, espero que nos veamos, seguro que simplemente hablando iremos despertando recuerdos dormidos. un beso.
Diciembre, mes de tantas cosas, mes de fiestas, de reuniones familiares,..., mes de la matanza. Para nosotros, los niños de Minas Diógenes era como una fiesta familiar, de amigos y vecinos. Los días previos a la matanza ya andaba mi padre (experto matarife) preparandose, afilaba sus cuchillos y al final decía:
- Bueno, ya está, esperemos que no llueva, si hiela que sea esta noche y mañana sol, la humedad no va con las morcillas.
El día de la matanza era especial, todo a lo grande, se desayunaba fuerte porque el día iba a ser duro y se trabajaba mucho y muy rápido. Mi padre me daba a probar un sorbito de "aguardiente", que olía muy bien pero que a mí me sabía a rayos. ¡Que cara pondría que se reian hasta los perros!. Desde las siete de la mañana ya andabamos "nerviositos", detrás y delante de mi padre. El miedo tampoco faltaba, más viendo venir al cerdo dirección a un banco de madera, los valientes ya estabamos cien metros más allá y otros cien cuando el guarro empezaba a chillar. Sujetaban al animal por las orejas, por el rabo y le ataban cuerdas en las patas y si era muy grande incluso con "un gancho" por el morro. Alrededor del marrano, el matarife, dispuesto con un cuchillo en la mano, una mujer que con un lebrillo se sentaba en un taburete delante del cochino para recoger la sangre. Después, trás la muerte del animal, de no sé cuantas arrobas, lo quemaban con rastrojos o paja para "limpiarlo" y para más tarde abrirlo en canal, momento que yo aprovechaba para irme al mundo paralelo, el mundo de los fogones, de los olores a calabaza, patatas y cebollas, a los olores intesos y fuertes a "especias"; allí me quedaba un rato y cuando creía que había pasado el tiempo oportuno, volvía cerca de mi padre que siempre me daba el regalo que yo esperaba, la vejiga, con la que solía hacerme una pelota y con la que toda la chiquillería jugabamos hasta la hora de las migas.
Días de matanzas recuerdo muchos, pero con especial cariño las matanzas en casa del chato.
Mi prima Ita diria: ¡Que alegría de matanza!, yo también.
Emiliana, claro que me acuerdo de vosotros, ya hace un tiempo, en un mensaje comenté lo buenos amigos que eran nuestros padres, espero que nos veamos, seguro que simplemente hablando iremos despertando recuerdos dormidos. un beso.