La verbena
Por la tarde se inauguraba la Verbena a las ocho. Como ya hemos dicho, se arreglaba el piso de las calles (tengan en cuenta que el empedrado de las mismas hacía inviable el baile), quedando convertido el cruce de las calles Aprisco y Cañas en una auténtica pista de cemento y arena. Durante esa noche no cesaba la música a la que se entregaban los jóvenes con fervor, acercándose de vez en cuando a comprar las cosas propias de verbena en repostería (durante muchos años fueron las más comunes las berenjenas, las pipas y los churros, además de las bebidas). En un principio, la música del baile se ejecutaba con un instrumento de manubrio, adquirido por "Josito" en Madrid, siendo reemplazado poco después por las orquestas. También, esa misma noche, grupos de jóvenes ataviadas de flamencas y chulaponas ofrecían claveles y objetos de regalo a los numerosos visitantes.
Velar al Santo era ineludible: Los beatos y las que deseaban novio no faltaban. Aquellas reuniones, animadas por el vocabulario de "la bocarrayos", no se hacían muy largas porque, en muchos casos, se tenía la confianza de que la espera no se realizaba en vano.
Una constante en el discurrir de estos tres días es el repique de la campana, que se convierte por deseo propio y expreso de los mozos y mozas en la estrella de toda la fiesta al ser el lugar más frecuentado y desde luego el que más anécdotas aporta. Se dice que a quien hace sonar tres veces la campana de San Antonio (deseando novio o novia) se le cumple el deseo, de ahí los afanes y empeños de tantos mozos y mozas que tiran con fuerza de la cuerda ocasionando un persistente repiqueteo que se escucha a varias manzanas de distancia.
Por la tarde se inauguraba la Verbena a las ocho. Como ya hemos dicho, se arreglaba el piso de las calles (tengan en cuenta que el empedrado de las mismas hacía inviable el baile), quedando convertido el cruce de las calles Aprisco y Cañas en una auténtica pista de cemento y arena. Durante esa noche no cesaba la música a la que se entregaban los jóvenes con fervor, acercándose de vez en cuando a comprar las cosas propias de verbena en repostería (durante muchos años fueron las más comunes las berenjenas, las pipas y los churros, además de las bebidas). En un principio, la música del baile se ejecutaba con un instrumento de manubrio, adquirido por "Josito" en Madrid, siendo reemplazado poco después por las orquestas. También, esa misma noche, grupos de jóvenes ataviadas de flamencas y chulaponas ofrecían claveles y objetos de regalo a los numerosos visitantes.
Velar al Santo era ineludible: Los beatos y las que deseaban novio no faltaban. Aquellas reuniones, animadas por el vocabulario de "la bocarrayos", no se hacían muy largas porque, en muchos casos, se tenía la confianza de que la espera no se realizaba en vano.
Una constante en el discurrir de estos tres días es el repique de la campana, que se convierte por deseo propio y expreso de los mozos y mozas en la estrella de toda la fiesta al ser el lugar más frecuentado y desde luego el que más anécdotas aporta. Se dice que a quien hace sonar tres veces la campana de San Antonio (deseando novio o novia) se le cumple el deseo, de ahí los afanes y empeños de tantos mozos y mozas que tiran con fuerza de la cuerda ocasionando un persistente repiqueteo que se escucha a varias manzanas de distancia.