Es de suponer, que el Cielo, algunos días se sembraría de nubes y no otros, y que los muchos "nómadas" que entonces ocupaban las cuevas, venían de alguna de alguna parte huyendo de algo. Es de suponer que mayores y hasta los niños, estaban asustados.... y dormían en la paja. Se tenía la certeza de que, los días, cortos o largos, eran días de silencios pesados. Es de suponer, que los mayores se callaban mucho de lo que pensaban, en tres largos años de incertidumbres y miedos.
Algo si recuerda aquel chiquillo, de que su abuela le decía que su padre se encontraba mas allá de las altas montañas, que unas grandes lluvias, había vertido tal cantidad de agua a los ríos, que había que esperan mucho tiempo, hasta que estos permitieran el paso de los que estaban al otro lado. El niño aquel no entendía de puentes, ni barcas. El niño aquel era ajeno a todo... incluso tardaría en fijarse, que la comida escaseaba.
El niño aquel hacía muchas preguntas y la mayoría quedaban sin respuestas.
-" El Río Grande, se encuentra mas allá de donde se acuesta el Sol, mucho mas lejos, de las nubes que se pintan de rojo al atardecer; mucho mas allá de donde se pierde la carretera, que se pierde en "El Portillo" po la otra, río abajo-explicaba la abuela al nieto muy a menudo.
-Aquel día, que nieto y abuela, se habían acercado a poner de comer a las gallinas... unas mondas de patatas cocidas. Mientras la abuela tanteaba en los ponederos, en busca de algún huevo, le sorprendería la pregunta del nieto.
- ¿Porque no sabes lee, abuela?
-Porque... porque... mal de muchos consuelo de tontos... porque, bueno, es privilegio de unos pocos
-Ahora en invierno, solo pone la de pintas y la petirroja- decía la abuela como para si misma.
El nieto, dijo entonces:
-Yo quiero aprender a leer, abuela...
-Y yo tengo grandes deseos de que así sea, al menos como tu madre.
Se habían dirigido al interior de la casa, el nieto, cogido de la mano de su abuela, que a pasos menudos recorrió la distancia, sujetando de su mano el delantal, donde reposaban, dos huevos, que depositaría, entre otros, para mas tarde comprar algo en la tienda del "tió espartero".
Era el modo de comprar entonces... el dinero no circulaba, y después era solo cosa de unos pocos.
-Ya es bastante que logramos que tu madre aprendiera, tu abuelo, gruñó y mucho, cuando se lo comenté. Tal vez "tío Valentín... hablaré con el hoy mismo, que seguro se pasa por aquí con el abuelo; después de la faena.
La mañana era fría. Nubes grisáceas cubrían el Cielo. Minutos después, comenzaron a caer los primeros copos.
-Al abuelo y su hermano les va a coger la nevada. No se, entendiendo el abuelo como entiende del tiempo, que hoy se le haya ocurrido ir tan lejos. Y tu madre en el lavadero. La abuela, hablaba sin cesas, removiendo cazuelas, hurgando la lumbre, y de vez en cuando se asomaba a la puerta, que al abrirse dejaba entrar copos de nieve... Primero fue su hija y al poco rato, los dos hermanos, aparecían, cubiertos de nieve, al fondo de la calle...
-Pensabas mujer, que nos iba a coger la nevada. Fue el saludo,
-La madre se liberó de la pesada cesta de ropa, mojada y cubierta de nieve. Todos gozarían de un buen alegrón, junto a la lumbre.
Los dos hermanos, hablaban de la faena casi terminada: se trataba de una cabaña de piedra, entre otras que le gustaba tener allí donde, tenía alguna tierra.
-Para resguardarse de las tormentas en los veranos, viene muy bien-comentaba.
La abuela callaba y miraba a su hija ambas pensaban lo mismo: en alguna parte, alguien estaría bajo la nieve, solo Dios sabía como...
Mientras esto sucedía, el niño había trepado hasta el pajar. En un rincón de el viejo baúl, cogió uno de los libros. El pajar oía a membrillos extendidos sobre la paja en el lado opuesto había nueces; ambos frutos, hacía su avío, para los hombres en el campo... y rara vez un torrezno... las pocas veces que se podían permitir, comprar un cerdo que valía muy caro, y que, se alimentaba de escasos desperdicios, y de algunas hierbas del campo. A la hora de la matanza, todo el mundo era feliz, pese a que el cerdo se mostraba signos de haber estado mal alimentado, somparado con otros del pueblo.
El chiquillo se empeñó en que le leyeran un pasaje de aquel libro; también donde se desarrollaba la historia había nevado mucho, y un perro salvaría a su dueños que sería enterrado por un alud de nieve.
El abuelo sacó la petaca y torpemente lió un cigarrillo, que luego encendió con un tizób de la lumbre, que chisporroteaba alegremente.
Cinco personas al amor de la lumbre luego darían buena cuenta, de el contenido escaso en la cazuela encima de la mesa. El candíl alumbraba la escena.
Luego los hombres, se liarían con la plaita.
En el portal, hacía mucho frío, por lo que "tió Valentín agarró unas ramas de romero, y ambos se reunieron con las dos mujeres y el nieto. Las dos mujeres lloraban...
Nunca sabría el nieto si lloraban, por aquel perro fiel a su dueño, o por alguien, lejos tal vez enterrado de nieve.
La madre entregó el libro a su hijo... apenas hablaba: hacía mucho tiempo que apenas hablaban... madre he hija.
Un vellón de lana yacía a los pies de la abuela. y se empleo con gran habilidad a dar vueltas a la rueca, mientras que la hija elaboraba también con habilidad, una prendas de vestir, que al niño se le antojó muy grande. También se había dado cuenta de que los calcetines no eran para sus pies.
Las pavesas, remontaban la negra chimenea hacia el Cielo... lentas, indecisas.
Violines de viento frio, sonaban entre la nieve.
La nieve son como puñales de cristal frío. para muchos, en alguna parte_ pensaban las dos mujeres.
"Pan escaso, caballos de frío
garras de nieve
sobre cuerpos, despiertos o dormidos.
ventanas a nulos horizontes...
plumas que escribieron trigos...
Gemía el viento fuera en días de tristes auroras... castigadas, heridas
libertad (continuará)
Algo si recuerda aquel chiquillo, de que su abuela le decía que su padre se encontraba mas allá de las altas montañas, que unas grandes lluvias, había vertido tal cantidad de agua a los ríos, que había que esperan mucho tiempo, hasta que estos permitieran el paso de los que estaban al otro lado. El niño aquel no entendía de puentes, ni barcas. El niño aquel era ajeno a todo... incluso tardaría en fijarse, que la comida escaseaba.
El niño aquel hacía muchas preguntas y la mayoría quedaban sin respuestas.
-" El Río Grande, se encuentra mas allá de donde se acuesta el Sol, mucho mas lejos, de las nubes que se pintan de rojo al atardecer; mucho mas allá de donde se pierde la carretera, que se pierde en "El Portillo" po la otra, río abajo-explicaba la abuela al nieto muy a menudo.
-Aquel día, que nieto y abuela, se habían acercado a poner de comer a las gallinas... unas mondas de patatas cocidas. Mientras la abuela tanteaba en los ponederos, en busca de algún huevo, le sorprendería la pregunta del nieto.
- ¿Porque no sabes lee, abuela?
-Porque... porque... mal de muchos consuelo de tontos... porque, bueno, es privilegio de unos pocos
-Ahora en invierno, solo pone la de pintas y la petirroja- decía la abuela como para si misma.
El nieto, dijo entonces:
-Yo quiero aprender a leer, abuela...
-Y yo tengo grandes deseos de que así sea, al menos como tu madre.
Se habían dirigido al interior de la casa, el nieto, cogido de la mano de su abuela, que a pasos menudos recorrió la distancia, sujetando de su mano el delantal, donde reposaban, dos huevos, que depositaría, entre otros, para mas tarde comprar algo en la tienda del "tió espartero".
Era el modo de comprar entonces... el dinero no circulaba, y después era solo cosa de unos pocos.
-Ya es bastante que logramos que tu madre aprendiera, tu abuelo, gruñó y mucho, cuando se lo comenté. Tal vez "tío Valentín... hablaré con el hoy mismo, que seguro se pasa por aquí con el abuelo; después de la faena.
La mañana era fría. Nubes grisáceas cubrían el Cielo. Minutos después, comenzaron a caer los primeros copos.
-Al abuelo y su hermano les va a coger la nevada. No se, entendiendo el abuelo como entiende del tiempo, que hoy se le haya ocurrido ir tan lejos. Y tu madre en el lavadero. La abuela, hablaba sin cesas, removiendo cazuelas, hurgando la lumbre, y de vez en cuando se asomaba a la puerta, que al abrirse dejaba entrar copos de nieve... Primero fue su hija y al poco rato, los dos hermanos, aparecían, cubiertos de nieve, al fondo de la calle...
-Pensabas mujer, que nos iba a coger la nevada. Fue el saludo,
-La madre se liberó de la pesada cesta de ropa, mojada y cubierta de nieve. Todos gozarían de un buen alegrón, junto a la lumbre.
Los dos hermanos, hablaban de la faena casi terminada: se trataba de una cabaña de piedra, entre otras que le gustaba tener allí donde, tenía alguna tierra.
-Para resguardarse de las tormentas en los veranos, viene muy bien-comentaba.
La abuela callaba y miraba a su hija ambas pensaban lo mismo: en alguna parte, alguien estaría bajo la nieve, solo Dios sabía como...
Mientras esto sucedía, el niño había trepado hasta el pajar. En un rincón de el viejo baúl, cogió uno de los libros. El pajar oía a membrillos extendidos sobre la paja en el lado opuesto había nueces; ambos frutos, hacía su avío, para los hombres en el campo... y rara vez un torrezno... las pocas veces que se podían permitir, comprar un cerdo que valía muy caro, y que, se alimentaba de escasos desperdicios, y de algunas hierbas del campo. A la hora de la matanza, todo el mundo era feliz, pese a que el cerdo se mostraba signos de haber estado mal alimentado, somparado con otros del pueblo.
El chiquillo se empeñó en que le leyeran un pasaje de aquel libro; también donde se desarrollaba la historia había nevado mucho, y un perro salvaría a su dueños que sería enterrado por un alud de nieve.
El abuelo sacó la petaca y torpemente lió un cigarrillo, que luego encendió con un tizób de la lumbre, que chisporroteaba alegremente.
Cinco personas al amor de la lumbre luego darían buena cuenta, de el contenido escaso en la cazuela encima de la mesa. El candíl alumbraba la escena.
Luego los hombres, se liarían con la plaita.
En el portal, hacía mucho frío, por lo que "tió Valentín agarró unas ramas de romero, y ambos se reunieron con las dos mujeres y el nieto. Las dos mujeres lloraban...
Nunca sabría el nieto si lloraban, por aquel perro fiel a su dueño, o por alguien, lejos tal vez enterrado de nieve.
La madre entregó el libro a su hijo... apenas hablaba: hacía mucho tiempo que apenas hablaban... madre he hija.
Un vellón de lana yacía a los pies de la abuela. y se empleo con gran habilidad a dar vueltas a la rueca, mientras que la hija elaboraba también con habilidad, una prendas de vestir, que al niño se le antojó muy grande. También se había dado cuenta de que los calcetines no eran para sus pies.
Las pavesas, remontaban la negra chimenea hacia el Cielo... lentas, indecisas.
Violines de viento frio, sonaban entre la nieve.
La nieve son como puñales de cristal frío. para muchos, en alguna parte_ pensaban las dos mujeres.
"Pan escaso, caballos de frío
garras de nieve
sobre cuerpos, despiertos o dormidos.
ventanas a nulos horizontes...
plumas que escribieron trigos...
Gemía el viento fuera en días de tristes auroras... castigadas, heridas
libertad (continuará)
Buenas tardes Juan, bonito relato, nuevamente complicidad entre abuela y nieto. Importante decision del nieto al querer aprender a leer y tambien muy importante decision la de la abuela al querer que el nieto aprenda igual que lo hizo la madre.
Cuantas historias al calor de la lumbre y cuantas lágrimas derramadas por las sufridoras madres
Besos y feliz tarde
Cuantas historias al calor de la lumbre y cuantas lágrimas derramadas por las sufridoras madres
Besos y feliz tarde