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PUERTOLLANO: Pues... sucedió: Sucedió en cualquier lugar, de una...

Pues... sucedió: Sucedió en cualquier lugar, de una de las calles, avenidas desiertas o cubiertas de árboles.
Aquel muchacho, llego poco antes de que ruidos que no entendía aún, obscurecieran los caminos. Caminó tambaleándose, hasta llegar a la última estación a recorrer: en el camino fue conociendo a los acaparadores y malvados, y en el a´dén del hoy, constata, como las grandes fortunas heredadas y las otras, cuya procedencia a veces son consecuencia del sudor de LOS OTROS y que no proceden, por tanto, del cielo...
En fin, poco sabía, cuando llegó (desnudo como todos) como podía imaginar, que de el cuento de las grandes fortunas; nacería una historia Pero vayamos a la historia, de esa mezcla de hombres; de los que nacen arropados, y de los pobres que se arropan a menudo de frío.
Pongamos que nació este muchacho, (ya viejo, pero solo cansado que de caciquismos) en una llanura manchega...
Era un día de invierno, mas frío y oscuro que otros, por lo cruel.
Los niños de entonces, jugaban a lo que podían y comían hasta lo que podían.
Fue EL DESPUÉS lo que propició que algunos de esos niños, sospecharon, que los cielos que se pintaban, no eran azules, ni las lunas que alumbraban blancas´.
" De los arados, clavados en la tierra: silencios largos y pesados. Fueron los viejos, y algunos chavales que no servían aún para LA GRAN LOCURA, los que movieron las rejas, las clavaron en la tierra, y junto con los viejos, que, algunos se caían en el surco sin fuerza; se hicieron hombres en el surco muy temprano. Con la mano apretada a la esteba, miraban a veces "pa'àrriba" pero de arriba, no llegaba la respuesta esperada. Comenzaron a saber lo que significaban los silencios prolongados: tristeza. Y se contagiaron de tanto llanto callado y triste.
Muchos de aquellos niños se decían."dejamos de ser niños tan pronto, que ni tan siquiera, al día de hoy, no nos hemos dado cuenta de que no se nos ha olvidado llorar"
Un día uno de esos muchachos, encontrándose en sus tareas, lejos del pueblo, se vío obligado a buscar refugio el la cabaña de piedra de su abuelo; de la tormenta que acababa de estallar. En el valle, los truenos se hacían mas sonoros: a medida de que la tarde avanzaba, mas fuertes... algunos choros de agua se colaban entre las piedras... un rayo cayó muy cerca. Las mulas, atadas al nogal, soportaban el arreciar de la tormenta, inquietas. El valle minitos después se inundó de grandes arroyos que arrastraban las puiedras por las laderas de tierra rojiza.
La aguas arrastraban los haces. Los haces significaban el pan de todo el año. Aquellas espigas era el sudor de los recién llegados (no decían de donde...) habían sembrado en su silencio, en su escasez de palabras.
Y legaría, esta vez como años atrás: escaso a la mesa, donde la cazuela de barro era depositada por la madre con amor, y esperaría a que los otros comieran, para luego, con un pedazo de pan, rebañar, con una sonrisa...
La tormenta se alejaba pero era imposible cruzar el valle. Ya, cuando empezaba a oscurecer, el muchacho montado sobre la mula se decidió a cruzar las aguas que habían amainado... No lp suficiente, pues la mula se tambaleó al hundir sus patas en el barro y el muchacho cayo sobre las aguas. Fue en aquel momento que gritó algo muy fuerte mirando hacia arriba, olvidando para siempre mucho de lo que le habían enseñado.
Un día lepreguntó su abuela: " ¿No rezas nunca?"
! No! El día de la tormenta se me olvidó rezar... a la vez que aprendí que no es mas buena mucha de la gente que reza.
MONEDERO