Colaboración Fiestas de Puertollano 2013
RECUERDOS DE "MI FERIA"
Quizás la entrada de septiembre suponía tristeza en otros niños y algo de alivio en los mayores. Se acababan las vacaciones, volvía el colegio y el reencuentro con nuestros amigos y también con nuestras pequeñas responsabilidades. Pero para mí, el mes de septiembre no era tan sólo la despedida del verano, en él tenía lugar una de las cosas que más apreciaba, la Feria y Fiestas de Puertollano.
Las ganas de que llegara ese día 8 ni tan siquiera eran mitigadas porque la vuelta al colegio estuviera a la vuelta de la esquina.
Después de que nuestra patrona, la Virgen de Gracia, volviera a su punto de partida a los gritos de: " ¡Guapa!" comenzaba el espectáculo de luces que mi hermano y yo tanto esperábamos. Con los ojos como platos y boquiabiertos, mirábamos al cielo subidos a los hombros de mi padre y de mis tíos, esperando impacientes el estallido de la traca con los cohetes que tanto nos gustan. Nos encantaba la sensación de sentir que las chispas de los fuegos artificiales podríamos tocarlos con las manos. Y después de todos los fuegos culminados con un gran aplauso, empezaba la diversión en el recinto ferial.
Agarrado de la mano de mi padre, me dirigía con toda la familia y casi toda la ciudad hacia el lugar donde los sueños de un niño se hacen realidad, o al menos los míos, la Feria. La portada, las parejas bailando al compás de la orquesta, los puestecitos de garrapiñadas, manzanas de caramelo y globos, el estruendo de las atracciones, las miles de luces de colores y ese olor a algodón de azúcar que impregnaba las calles. Tras el tradicional montado de lomo o pincho moruno, nuestros pasos nos llevaban hacia el Tren de La Bruja, donde dejábamos junto con nuestros primos mayores, un pequeño grito en cada susto. Era fácil reponernos de los escobazos que habíamos recibido cuando le quitábamos la escoba a "La Bruja" de la atracción.
Mientras mis padres se tomaban un vino en "Los Maños", mi hermano y yo estábamos en el puesto de las berenjenas de Almagro, y así nos dirigíamos con las fuerzas respuestas a intentar "pescar" patos para intentar conseguir algún juguete que nos gustaba. Tras "pescar" sólo puntos y nunca ningún peluche nos íbamos a los puestos de las escopetillas, subirnos en las pequeñas norias y en los coches de tope, saltar de alegría al montar en las camas elásticas y recoger las tarjetas de la tómbola que la gente tiraba al suelo, por si la suerte nos acompañaba.
Pero mis padres, que ya tenían bastante suerte y sonrisas con las nuestras, nos recordaban que era mucho más tarde de lo que pensábamos y debíamos descansar si queríamos ir de nuevo otro día. Pero antes de abandonar la feria, no podían faltar los churros de los "Arias". Cansados, pero satisfechos, cogíamos el camino a casa recordando las andanzas con toda la familia y planeando algunas nuevas para los días que faltaban, no sin antes hacer una parada en el puestecito de dulces y comprar unos trozos de turrón de almendras para que los abuelos disfrutaran.
Al llegar a casa y acostarme en mi cama, deseaba con todas mis fuerzas que esos días no terminasen nunca.
Recuerdo que una vez, al darme mi madre el beso de buenas noches, le pregunté: ¿Por qué si era tan difícil que tocara algo en la tómbola, la gente seguía comprando tanto? "Porque no venden cosas, hijo, venden ilusiones".
Y me dormí, con la ilusión de que amaneciera pronto.
CRUZ J. CORCHERO 07/09/2013
RECUERDOS DE "MI FERIA"
Quizás la entrada de septiembre suponía tristeza en otros niños y algo de alivio en los mayores. Se acababan las vacaciones, volvía el colegio y el reencuentro con nuestros amigos y también con nuestras pequeñas responsabilidades. Pero para mí, el mes de septiembre no era tan sólo la despedida del verano, en él tenía lugar una de las cosas que más apreciaba, la Feria y Fiestas de Puertollano.
Las ganas de que llegara ese día 8 ni tan siquiera eran mitigadas porque la vuelta al colegio estuviera a la vuelta de la esquina.
Después de que nuestra patrona, la Virgen de Gracia, volviera a su punto de partida a los gritos de: " ¡Guapa!" comenzaba el espectáculo de luces que mi hermano y yo tanto esperábamos. Con los ojos como platos y boquiabiertos, mirábamos al cielo subidos a los hombros de mi padre y de mis tíos, esperando impacientes el estallido de la traca con los cohetes que tanto nos gustan. Nos encantaba la sensación de sentir que las chispas de los fuegos artificiales podríamos tocarlos con las manos. Y después de todos los fuegos culminados con un gran aplauso, empezaba la diversión en el recinto ferial.
Agarrado de la mano de mi padre, me dirigía con toda la familia y casi toda la ciudad hacia el lugar donde los sueños de un niño se hacen realidad, o al menos los míos, la Feria. La portada, las parejas bailando al compás de la orquesta, los puestecitos de garrapiñadas, manzanas de caramelo y globos, el estruendo de las atracciones, las miles de luces de colores y ese olor a algodón de azúcar que impregnaba las calles. Tras el tradicional montado de lomo o pincho moruno, nuestros pasos nos llevaban hacia el Tren de La Bruja, donde dejábamos junto con nuestros primos mayores, un pequeño grito en cada susto. Era fácil reponernos de los escobazos que habíamos recibido cuando le quitábamos la escoba a "La Bruja" de la atracción.
Mientras mis padres se tomaban un vino en "Los Maños", mi hermano y yo estábamos en el puesto de las berenjenas de Almagro, y así nos dirigíamos con las fuerzas respuestas a intentar "pescar" patos para intentar conseguir algún juguete que nos gustaba. Tras "pescar" sólo puntos y nunca ningún peluche nos íbamos a los puestos de las escopetillas, subirnos en las pequeñas norias y en los coches de tope, saltar de alegría al montar en las camas elásticas y recoger las tarjetas de la tómbola que la gente tiraba al suelo, por si la suerte nos acompañaba.
Pero mis padres, que ya tenían bastante suerte y sonrisas con las nuestras, nos recordaban que era mucho más tarde de lo que pensábamos y debíamos descansar si queríamos ir de nuevo otro día. Pero antes de abandonar la feria, no podían faltar los churros de los "Arias". Cansados, pero satisfechos, cogíamos el camino a casa recordando las andanzas con toda la familia y planeando algunas nuevas para los días que faltaban, no sin antes hacer una parada en el puestecito de dulces y comprar unos trozos de turrón de almendras para que los abuelos disfrutaran.
Al llegar a casa y acostarme en mi cama, deseaba con todas mis fuerzas que esos días no terminasen nunca.
Recuerdo que una vez, al darme mi madre el beso de buenas noches, le pregunté: ¿Por qué si era tan difícil que tocara algo en la tómbola, la gente seguía comprando tanto? "Porque no venden cosas, hijo, venden ilusiones".
Y me dormí, con la ilusión de que amaneciera pronto.
CRUZ J. CORCHERO 07/09/2013
Al igual que el anterior este también me trae recuerdos, a mi me gustaba mucho acercarme a los puestos del turrón, pero solo compraba “la viruta” lo que es lo mismo que lo suelto que quedaba tras partirlo, por el mismo precio de un trozo te daban un cucurucho je.. je.
Hablando de cucurucho, recuerdo los que preparaba “el cartero” en su puesto de gambas, que manera de meterlas para dentro y aquellos cangrejos que ricos que estaban, sin desmerecer los bichillos como le llamaba a los camarones..
Hablando de cucurucho, recuerdo los que preparaba “el cartero” en su puesto de gambas, que manera de meterlas para dentro y aquellos cangrejos que ricos que estaban, sin desmerecer los bichillos como le llamaba a los camarones..
yo tambien recuerdo el puesto del turron porque siempre que ibamos a la feria comprabamos un trozo de turron del durto y del cartero recuerdo los cucuruchos de camaroncillos como tu dices, cogias un pellizco de ellos y ale, al buche y sin tener que pelarlos jeje