Solanilla del Tamaral, tenía un doble encanto: la sencillez de sus gentes, junto con la construcción de viviendas con
calles rústicas y un
cielo especial. La falta de alumbrado, donde solo los candiles y carburas, iluminaban el interior de las viviendas. Al transitar por las calles con velas o las escasas linternas, se divisaba un cielo majestuoso, lleno de estrellas, así todo parecía distinto, el contrate entre la oscuridad del
pueblo y el explendor del firmamento, hacía nos sintiésemos muy pequeños. Esa era la Solanilla del Tamaral de entonces, una aldea sencilla, pero con un cielo muy hermoso y grande.