Este artículo se escribió en el año 92, para el periódico de las fiestas de la Fé, en el intenté plasmar lo que era la montería y las ilusiones que despertaban a una mayoría de las personas. hoy muchos de ellos faltan, es por ello quiero conmemorar este momento en su memoria.
En la víspera, la euforia y las risas envuelven el reducido entorno, del único lugar de concentración, el bar. Las partidas de truque, el cubata y los comentarios, son los componentes de un medio, donde las caras amigas recuerdan momentos ya pasados. Así se despiertan anhelos y nostalgias, tratando al mismo tiempo, conseguir resulte lo mas amena posible la velada.
Al dia siguiente, los corazones inquietos, los ojos cansados por el sueño y el exceso de alcohol, se preparan para las posibles emociones. Es posible que al final les invada la desilusión, pero en este momento, es el optimismo y la sartén de migas, con los clásicos aliños, que junto a la bota de vino, haran se despejen los sentidos, nublados aún por la euforia de la noche anterior.
Durante el sorteo, pendientes de una suerte ya predispuesta, se acercan a la mesa, con el afán de escuchar a la persona encargada de nombrar los puestos. Con tristeza se observa el mangoneo, desilusión al comprobar, que solo quedan aquellos, que ciertos personajes no han querido. Una vez finalizado, parten hacia su destino, guiados de la mano sacrificada del postor, que desgraciadamente, una vez haya repartido al personal, irá al mejor puesto, eso si, fatigado por el cansancio de una fuerte andadura.
La mañana transcurre tras el ladrido continuado de las realas dispersadas por el monte, acompañadas del sonido que produce el cuerno, que reclaman su atención. A lo lejos se oyen voces de hombres que montean y el estrépito que provocan las escasas reses, al intentar huir del peligro que las aguarda.
El pesar y la insatisfacción, se acentua en sus caras, se acerca la hora de regresar. Muchos apenas si han tenido ocasión de observar el paso de los cervunos o jabalíes. Notan como las piernas se les duermen, de una mala posición y perciben que las orejas por el frio, podrían saltar a igual que el cristal. Se apodera de ellos un sentimiento de derrota, mas en su subconsciente nace una apatía involuntaria, que intentan con fé y voluntad superar, no están seguros de poder hacerlo. Miran adelante, sonrien y de vuelta a casa, no es demasiado grato hacerse notar este sentimiento. Vivir así es sociedad y lo aceptan, no importa el precio.
El regreso a la localidad y las llamadas de los perros, es una peculiaridad y una consecuencia que caracteriza a las monterías. El cuerno se hace notar, indicando la retirada de la reala. El cazador observa los movimientos de la sierra y sabe en que momento se ha dado por finalizada la jornada. Las caballerias se desplazan a doquier, para poder recuperar las posibles reses abatidas y trasladarlas a la localidad.
En la plaza del pueblo, los ancianos, mujeres y niños, obervan las partidas que van llegando y murmuran con expectación, el calibre de las mismas.
Agrupadas en derredor y ante la mirada curiosa de todos los convecinos, van llegando los cazadores. Unos traen prisa para el regreso, otros todavía les falta por celebrar el final del acontecimiento. Antes de entrar la noche, serán entregadas las reses una vez pesadas, al corredor. Así de manera simple y sin mas preámbulos, cada persona directa o indirectamente, terminará siendo testigo, de lo que un dia fue el medio de vida, posteriormente un ritual, luego una tradicción y ahora un deporte, la caza.
Abil-92
En la víspera, la euforia y las risas envuelven el reducido entorno, del único lugar de concentración, el bar. Las partidas de truque, el cubata y los comentarios, son los componentes de un medio, donde las caras amigas recuerdan momentos ya pasados. Así se despiertan anhelos y nostalgias, tratando al mismo tiempo, conseguir resulte lo mas amena posible la velada.
Al dia siguiente, los corazones inquietos, los ojos cansados por el sueño y el exceso de alcohol, se preparan para las posibles emociones. Es posible que al final les invada la desilusión, pero en este momento, es el optimismo y la sartén de migas, con los clásicos aliños, que junto a la bota de vino, haran se despejen los sentidos, nublados aún por la euforia de la noche anterior.
Durante el sorteo, pendientes de una suerte ya predispuesta, se acercan a la mesa, con el afán de escuchar a la persona encargada de nombrar los puestos. Con tristeza se observa el mangoneo, desilusión al comprobar, que solo quedan aquellos, que ciertos personajes no han querido. Una vez finalizado, parten hacia su destino, guiados de la mano sacrificada del postor, que desgraciadamente, una vez haya repartido al personal, irá al mejor puesto, eso si, fatigado por el cansancio de una fuerte andadura.
La mañana transcurre tras el ladrido continuado de las realas dispersadas por el monte, acompañadas del sonido que produce el cuerno, que reclaman su atención. A lo lejos se oyen voces de hombres que montean y el estrépito que provocan las escasas reses, al intentar huir del peligro que las aguarda.
El pesar y la insatisfacción, se acentua en sus caras, se acerca la hora de regresar. Muchos apenas si han tenido ocasión de observar el paso de los cervunos o jabalíes. Notan como las piernas se les duermen, de una mala posición y perciben que las orejas por el frio, podrían saltar a igual que el cristal. Se apodera de ellos un sentimiento de derrota, mas en su subconsciente nace una apatía involuntaria, que intentan con fé y voluntad superar, no están seguros de poder hacerlo. Miran adelante, sonrien y de vuelta a casa, no es demasiado grato hacerse notar este sentimiento. Vivir así es sociedad y lo aceptan, no importa el precio.
El regreso a la localidad y las llamadas de los perros, es una peculiaridad y una consecuencia que caracteriza a las monterías. El cuerno se hace notar, indicando la retirada de la reala. El cazador observa los movimientos de la sierra y sabe en que momento se ha dado por finalizada la jornada. Las caballerias se desplazan a doquier, para poder recuperar las posibles reses abatidas y trasladarlas a la localidad.
En la plaza del pueblo, los ancianos, mujeres y niños, obervan las partidas que van llegando y murmuran con expectación, el calibre de las mismas.
Agrupadas en derredor y ante la mirada curiosa de todos los convecinos, van llegando los cazadores. Unos traen prisa para el regreso, otros todavía les falta por celebrar el final del acontecimiento. Antes de entrar la noche, serán entregadas las reses una vez pesadas, al corredor. Así de manera simple y sin mas preámbulos, cada persona directa o indirectamente, terminará siendo testigo, de lo que un dia fue el medio de vida, posteriormente un ritual, luego una tradicción y ahora un deporte, la caza.
Abil-92