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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Mi taza y tetera
Foto enviada por Qnk

A la mañana siguiente, mientras el sol se levantaba sobre el palacio, el príncipe pidió al rey la mano de su bella hija. Y cuando éste les dio su bendición, partieron hacia el reino del príncipe. Todo el mundo aclamó a los príncipes al verlos partir en un resplandeciente carruaje tirado por ocho briosos corceles. Y la princesa y el príncipe encantado vivieron felices el resto de su vida.
—Pues mañana mismo iremos a mi reino y nos casaremos.
—Sí, acepto.
—Soy el príncipe de Nara. Hace muchos años, cuando no era más que un niño, una hechicera me convirtió en una rana. Dijo que nunca dejaría de ser una rana hasta que una hermosa princesa me diera un beso. Y tú, querida mía, hermosa mía, has roto el maleficio. ¿Querrás casarte conmigo, amada mía?
— ¿Quién…, quién eres tú? —preguntó asombrada la princesa.
—Ya está. Ahora ya puedes mirar —dijo una voz suave junto a ella. Allí, tendido en el lecho, con la cabeza apoyada en una mano y mirándola con sus oscuros ojos, yacía el hombre más apuesto que ella había visto jamás.
La princesa cerró los ojos e inclinándose sobre la rana le dio un apresurado beso.
— ¡No lo hagas! Me asusta la oscuridad. Anda, dame un beso.
—Está bien —dijo la princesa—. Uno solo. Pero antes déjame apagar la vela.
— ¡Te lo suplico! —insistió la rana.
— ¡He dicho que no!
— ¡Por favor, uno solo!
— ¡Ni hablar! —contestó la princesa.
— ¡Dame un beso! —dijo.
La rana saltó rápidamente sobre la almohada, croando muy contenta