A la mañana siguiente, mientras el sol se levantaba sobre el palacio, el príncipe pidió al rey la mano de su bella hija. Y cuando éste les dio su bendición, partieron hacia el reino del príncipe. Todo el mundo aclamó a los príncipes al verlos partir en un resplandeciente carruaje tirado por ocho briosos corceles. Y la princesa y el príncipe encantado vivieron felices el resto de su vida.