Llenó dos botas de piel de
cabra, una para él y otra el califa Harun al-Rasid, y se puso en
camino hacia Bagdad. A su llegada, tras un penoso viaje, le contó su
historia a a los guardias, según la práctica establecida, y fue admitido ante el califa. Harith se postró ante el Comendador de los Creyentes y le dijo: