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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

El agua entre las rocas
Foto enviada por Qnk

Cuando ella murió en 1699, probablemente debido a un suicidio, el duque dio rienda suelta a su extravagancia. Armand reclamó el cuerpo de Hortensia, y pasó casi un año antes de que le diera sepultura. Durante ese tiempo llevaba el ataúd consigo por dondequiera que iba, como en su día había hecho la reina Juana de Castilla con Felipe el Hermoso. Finalmente depositó los restos de su esposa a los pies de la tumba del cardenal Mazarino.
La fuga de Hortensia no fue descubierta hasta la mañana siguiente. El marido corrió entonces a ver al rey para solicitarle que fuera detenida en la frontera, pero no le sirvió de mucho: Luis XIV profesaba un gran afecto a las sobrinas del cardenal, y, desde luego, en este asunto estaba inequívocamente de parte de Hortensia. El rey, con mucha ironía, remitió a Armand a su amigo el Arcángel San Gabriel y se desentendió del asunto. Incluso ayudó a Hortensia con una pensión que le permitiera vivir con ... (ver texto completo)
La duquesa de Mazarino no soportaba aquella situación, de modo que decidió emprender la huida. La noche del 13 de junio de 1668 abandonó furtivamente el hogar conyugal ayudada por su hermano. Dejaba atrás a los cuatro hijos habidos de su matrimonio, el menor de los cuales tenía tan solo dos años.
Al cabo de un tiempo se acordó que regresaría al palacio Mazarino, donde ella y su esposo ocuparían habitaciones separadas. El hermano de Hortensia, Felipe, residía en un palacio contiguo. Ella hizo abrir un pasadizo mediante el cual tenía acceso a sus apartamentos a cualquier hora del día o de la noche, y eso fue lo que dio pie a Armand para llegar al extremo de sugerir una relación demasiado íntima entre ambos.
El matrimonio era un infierno para Hortensia, que “no podía comer, caminar, dormir ni vivir en paz". Llegó a arrebatarle sus diamantes, y fue la gota que colmó el vaso: ella se rebeló. Como respuesta a su rebeldía, y harto del comportamiento de una esposa mundana y que amaba reír sobre todas las cosas, Armand decidió enviarla a un convento.
Impulsado por un concepto fatalista de la vida, estaba convencido de que el rango y las propiedades de las personas eran cuestiones que determinaba la suerte. Por tanto, en una ocasión se dedicó a distribuir los empleos dentro de su casa como si fuera una lotería. El resultado fue que el cocinero fue ascendido al lucrativo puesto de mayordomo, y el jefe de cuadras a secretario personal. Y en otra ocasión se enfureció con sus servidores porque, habiéndose declarado un incendio en una de sus residencias, ... (ver texto completo)
Armand tenía una magnífica colección de arte que había heredado del cardenal, pero él la estropeaba haciendo que pintaran encima de los desnudos para que no se viera nada indecoroso. En cuanto a las pobres estatuas, corrían aún peor suerte: él mismo destrozó a martillazos las más bellas de la galería.
Hasta tal punto su fanatismo que no quería que las nodrizas amamantaran a los niños en los días en que se celebrara alguna festividad religiosa. Tampoco le gustaba que las lecheras ordeñaran las vacas, porque eso tenía para él connotaciones sexuales, y escribía tratados con los que pretendía regular las normas de la decencia.
Pero el duque estaba tan convencido de que el sexo era algo pernicioso que arrancaba los dientes delanteros de sus sirvientas y llegó a proponer arrancar también los de sus tres hijas. De ese modo pretendía sofocar cualquier inclinación a la vanidad y, al mismo tiempo, impedir que resultaran atractivas a los hombres. Afortunadamente para ellas, se le pasó pronto el arrebato.
Era un hombre caprichoso, tenía un carácter malhumorado, rehuía la compañía y no se destacaba por su brillante intelecto, sino que, por el contrario, pronto comenzó a dar muestras de ser mentalmente inestable. Más que un cristiano devoto, se creía inspirado por Dios, y sus supuestas visiones y revelaciones divinas eran el hazmerreír en la corte del Rey Sol. Oía voces y aseguraba que hablaba con los ángeles. A este respecto hay una anécdota que cuenta que, muy molesto por la relación pecaminosa que el rey mantenía con La Vallière, un día el duque se dirigió a él y ni corto ni perezoso le dijo que se le había aparecido el arcángel San Gabriel para ordenarle a Luis que rompiera con la favorita. El rey le respondió:

—También se me apareció a mí, y me aseguró que estáis chiflado. ... (ver texto completo)
El cardenal falleció al año siguiente dejando a su sobrina una herencia fabulosa y un esposo difícil de soportar. Pronto se hizo evidente que ambos cónyuges eran totalmente incompatibles: Hortensia no tenía intención de renunciar a las diversiones de la corte ni a recibir las atenciones y halagos de sus múltiples admiradores. Armand se mostraba excesivamente celoso, y llegó a sospechar que Hortensia mantenía una relación con su propio hermano, Felipe de Nevers, y tapió el corredor que conectaba los aposentos de ambos. Insistía en que su esposa lo acompañara en todos sus viajes para poder vigilarla, y no dejaba de trasladarse de una a otra de sus residencias, porque en cuanto un lacayo apuesto se dirigía demasiado cortésmente a Hortensia, ya sentía la necesidad de alejarla de allí. Se oponía a que desarrollara cualquier clase de actividad social y despedía a sus servidoras por creer que eran cómplices y encubridoras en oscuras tramas de cuernos. Además se negaba a dirigirle la palabra mientras no retirara los cosméticos de su rostro y le prohibió ofrecer representaciones teatrales dentro del palacio. También le prohibía terminantemente quedarse a solas con cualquier hombre, la obligaba a rezar durante buena parte del día en la capilla, pidiendo perdón por los pecados de la carne, y organizaba extravagantes búsquedas a medianoche, a la caza de posibles amantes secretos. ... (ver texto completo)
Armand —cuyo rostro, según Madame de Sévigné, era una justificación para todos los cuernos que quisiera ponerle una esposa atractiva— se enamoró desesperadamente de Hortensia apenas la conoció, se negaba a aceptar a otra por esposa y juraba que moriría en tres meses si no podía casarse con ella. No era esta la boda que Mazarino tenía en mente, pero ante la inusitada insistencia del joven, el cardenal terminó por acceder. En 1661 Hortensia, a punto de cumplir quince años, se casaba con su ardiente ... (ver texto completo)
Las manías del Duque de Mazarino

Armand Charles de La Porte, hijo del duque de la Meilleraye estaba casado con Hortensia Mancini, dándose la circunstancia de que ambos eran sobrinos de los dos cardenales que gobernaron Francia durante ese siglo: él era sobrino de Richelieu, y ella de Mazarino.